Aviso importante: esta crítica contiene excesivos elogios hacia un debut. No hay pegas, repetimos: no hay pegas.
Hay días en los que, sin plan previo, te encuentras con una película divertida, de esas en las que de vez en cuando sueltas un chorrillo de risas acumulativas, más por la relajación que has conseguido que por la gracia momentánea en sí, porque esta ha terminado y tú sigues con tu aspersor sonrisil abierto.
Ya adivinas que la elección fue un acierto redondo cuando encuentras algo de inteligencia dialéctica y emocional que invita a sobrepasar los límites de serotonina en el cuerpo.
Pero es que lo que propone Olivia Wilde en Booksmart (Súper empollonas para los de aquí) es una pasada. La actriz ha dado el salto a la interpretación visual como directora por primera vez y ha conseguido el cuerpo producto redondo que va a encantar a adolescentes y otros jóvenes que son algo más viejos en la intimidad.
Con el espíritu del cine adolescente noventero y la perfecta adaptación al diálogo interno y externo de la actualidad, Súper empollonas sabe recoger el testigo de aquello con lo que todo director ha crecido para revisionarlo en el ahotar. Es que es algo innegable, Wilde, como cualquier debutante que se decide por una ‹coming of age› para su primer film —otro tema a investigar es por qué cada vez más gente decide empezar por este tema—, ha sido adolescente, y no nos puede pillar de nuevas esta información, algo de la personalidad de juventud se acaba trasladado a la pantalla, y es así como el ‹loser› interno aflora con humor y aprobación, tanto para los que lo han pasado como para los que no son conscientes de estar viviéndolo.
Fresca, elocuente y dada a los rodeos hacia la nada para festejar un gran paso en la vida, la mayor virtud es el magnífico casting que se ha montado alrededor del film. Tanto Kaitlyn Dever como Beanie Feldstein —fuera del rango juvenil en la realidad, pero más que preparadas para comerse la cámara— están sencillamente brutales en sus interpretaciones, donde no interpretan a las pardillas, solo al sesgo en el que han desarrollado su estatus de instituto, uno que ¿por qué no? romper la última noche antes de «crecer» definitivamente. Sí, la premisa trillada por excelencia, pero totalmente justificada, plausible y desafiante en esta ocasión.
Y con premisa trillada, personajes arquetípicos de instituto, que tienen cierto encanto aquí, donde hay cabida para un mensaje femenino y feminista en unas protagonistas que dan la impresión de tenerlo ya aprendido y vivido, y que no se utiliza de arma, se normaliza.
Un explosivo sobre amistad llevada a todo tipo de términos, desde la felicidad hasta la rabia, torbellino emocional que implica a todo y a todos, con un espacio exclusivo para los adultos, inevitablemente deformados por la imagen que dan y su realidad (brillando siempre en el patetismo ilustrado).
Súper empollonas tiene todo lo necesario para convertirse en un hito generacional, con sus retratos, amoríos, panfletos y desengaños imprescindibles para que la montaña rusa tenga su gran efecto, sin necesidad de recurrir a la cursilería y con drogas alucinógenas muy originales. La película que este verano necesitaba.