Con la llegada de Annabelle Returns a nuestras carteleras recuperamos el que posiblemente podría ser la génesis del subgénero de muñecos malignos, Living Doll. Un capítulo de la quinta temporada de The Twilight Zone que pasó inmediatamente a ser un clásico por lo novedoso del tema y por apelar directamente a miedos primarios inexplorados hasta la fecha.
Una de las grandes virtudes, posiblemente debido al propio formato de la serie, del capítulo está en su concreción y capacidad para ir directo al grano sin mayores explicaciones. Una inocente (en apariencia) muñeca que habla desarrolla un instinto homicida frente a aquello que percibe como hostilidad hacia ella o a su propietaria. En este caso concreto el maltrato que un padrastro da a su familia, y más específicamente a su hija, como proyección de una virilidad insegura.
He aquí la cuestión más importante del capítulo. Ya no se trata tan solo del terror a lo desconocido o a lo que siempre se presenta como inocente (un juguete infantil) sino que el horror más profundo viene de poner sobre la palestra la fragilidad y falsedad de la institución familiar americana.
No en vano la acción se desarrolla intramuros, un lugar de aparente seguridad y confort convertido en un laberinto inhóspito, de rincones secretos y sombras inexploradas. El hogar se transforma pues en una prisión donde la figura paterna, siempre asociada a la seguridad y el control, deviene en una suerte de carcelero arbitrario que confunde autoridad con la proyección de sus miedos hacia los demás.
En este ambiente la figura de la muñeca no resulta, como en Annabelle (como curiosidad, la madre en Living Doll se llama de la misma manera), un elemento maligno puesto ahí por casualidad o retribución. No, Tina la Parlanchina no es un muñeco poseído, sino que es una metáfora reactiva a las frustraciones familiares. Un juguete destinado a recibir amor, como podría ser la niña o la mujer del protagonista, que solo acaba recibiendo maltrato pero, a diferencia de ellos, toma las riendas y decide castigar a aquellos que hacen de infligir dolor su ‹modus vivendi›.
Podría parecer que estamos ante un episodio que también podría empoderar a la figura femenina destinada hasta ese momento a ser una buena y obediente esposa/hija. Aunque algo de eso hay, el propio desenlace nos guía hacia caminos más tortuosos, como el hecho de la habituación a la violencia. Y es que el mensaje parece claro, la impunidad del abuso corrompe hasta el punto de la habituación al mismo, sea por parte de hombres, mujeres o incluso muñecos.
En este sentido, Living Doll estaría más cerca de la nueva versión de Muñeco Diábolico que de Annabelle, en el sentido de que no se trata tanto de espíritus malinos poseyendo a un muñeco si no de como el entorno, los hábitos y el comportamiento humano acaban por destruir la inocencia generando una espiral de maldad imitativa. Living Doll resulta pues un artefacto terrorífico que apela no solo a los miedos más primarios e infantiles sino que se articula como multidenuncia subtextual a una América idílica en fachada que se se estaba extinguiendo a marchas forzadas.