El primer (des)amor
En medio de la desesperación y el nihilismo poético de un tema como The Future, Leonard Cohen hablaba también del amor como motor de supervivencia. Para Philippe Lesage, director de Génesis, el amor es epicentro de vida, la génesis de un trayecto vital que constituye también una fuente de dolor. La cita de Cohen no es arbitraria, más cuando el propio Lesage la reconoce como la génesis, valga la redundancia, que se esconde tras el propio título de la película. Pero también porque el amor es una luz en medio de la oscuridad, aquello que suprime las diferencias y nos iguala, la única verdad en un mundo de ídolos de barro. Es posible que todo esto pueda sonar algo naïf, pero lo cierto es que viendo Génesis, uno poco le puede discutir la entrega y la fe con la que Lesage defiende esta idea sobre la que construye esta oda la cual, por otra parte, poco puede aportar a lo que ya nos contaron otros cineastas sobre las cuestiones del amor. O quizás también porque de sus imágenes se extrae cierto componente autobiográfico ya reconocido por su autor.
Como el tema de Cohen (aunque alejada de su nihilismo), la película de Lesage habla de una idea del amor donde confluyen tanto la luz como las sombras, la felicidad con el dolor más absoluto, e incluso la violencia en medio de la confusión existencial. Para ello, Génesis, edifica su discurso en torno a tres puntos de vista diferentes. El de Guillaume (Thédore Pellerin), un popular joven interno de un colegio privado de clase alta cuya sexualidad latente se despierta cuando comienza a sentirse atraído por su mejor amigo; el de su hermanastra Charlotte (Noée Abita), la cual vive un vaivén emocional que la lleva a experimentar la relación amorosa con un treintañero, después de cortar la relación con un joven de su misma edad; y, finalmente, el de Félix (Édouard Tremblay-Grenier), el niño protagonista (personaje y actor) de Los Demonios (Les Démons, Philippe Lesage, 2015), el cual experimenta el primer amor correspondido en un bucólico e ingenuo campamento de verano.
Génesis quiere abarcar, siempre desde un dispositivo formal que mantiene las distancias con sus personajes, todas las aristas del primer amor, el despertar y la aceptación de la sexualidad propia así como la búsqueda de la felicidad amorosa pasando por el dolor del desamor. Por esa misma razón, la película sitúa a los hermanastros, en plena senda de la adolescencia a la edad adulta, dentro de un mismo nivel narrativo mientras que, por el contrario, Félix aparece como una ruptura narrativa de tal modo que casi podríamos considerar su historia como un cortometraje independiente dentro de la propia película. Algo que, sin duda se refuerza por la idea de ser un personaje que proviene de otra película anterior del director, la cual penetra el tejido narrativo de su nuevo trabajo fílmico en el campo de la ficción.
En ese sentido, Lesage decide centrarse primero en las derivas existenciales de los dos hermanastros en torno al amor, la cual ocupa casi la totalidad del film. Por un lado el del despertar de la sexualidad de Guillaume y las consecuencias que de su emotiva y brillantemente filmada confesión se derivan en un microcosmos social (el aula de un instituto) que no duda en celebrar para, acto seguido, desterrar a ese mismo personaje que se ha lanzado a tumba abierta. El destierro es, además, algo promovido desde esa misma institución educativa retrógrada, violenta y clasista. Y como tal la filma Lesage. Por otro lado encontramos a Charlotte, la cual acaba de romper con su joven pareja para lanzarse a los brazos de un treintañero mujeriego, cuya tortuosa deriva emocional acaba por desembocar (y ejemplificar) el drama silenciado de muchas mujeres, en una terrorífica escena que Lesage filma en plano fijo. Ambos experimentan la cara más cruda, oscura, y perversa de un amor lejos de la verdad y la pureza que caracteriza la última parte de la película, protagonizada por Félix.
Ésta última parte, rupturista en tono pero no en forma, supone una reedificación del primer amor en su vertiente más pura e inocente pero, como el resto de la película, siempre construida desde las miradas, los silencios y el plano secuencia que nos recuerda, en algún rasgo estilístico (el violento reencuadre, zoom mediante), al cine de Hong Sang-soo. En cierta medida, Lesage prescinde del plano/contraplano para plasmar la pulsión y el deseo sustituyéndolo por el plano secuencia, ya sea en el primer encuentro entre Charlotte y Théo en la discoteca o en ese hermoso primer juego de miradas atravesadas por el fuego del campamento de verano de la última parte del film. Es la forma en la que Lesage habla de una idea del amor en perpetuo movimiento, el cual muta y evoluciona, hiere y repara. Es la argamasa que, al final, acaba uniendo a personajes rotos y esperanzados, derrotados pero nuevamente erguidos, una y otra vez. Porque, efectivamente, «el amor es el único motor de supervivencia».