El debut del director danés de origen italiano Nicolo Donato en el territorio del largometraje llegó a través de un guión co-escrito con Birch Rasmus, con el que ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Roma de 2009. Brotherhood aborda en su parte central la delicada situación provocada por una historia de amor entre 2 hombres en un entorno tan opresivo y homófobo como el de un colectivo neonazi. La premisa posee un cierto aire provocativo (hay que reconocer que tiene su gracia ver a 2 adoradores de Hitler hechos y derechos dándose el lote sin ningún rubor), aunque da menos de sí de lo que en un principio podría imaginarse debido a esa mezcla tan irreverente.
La cinta de Donato nos presenta a Lars, un joven indeciso que recientemente ha sido expulsado de la escuela militar por culpa de una acusación por una falta leve, e indignado por la situación vuelve a casa con sus padres. Acto seguido veremos como empieza a relacionarse con una banda de ultra-nacionalistas violentos cuyo líder ve potencial en el inteligente y avispado ex-militar. El mayor peligro para este grupúsculo son los pakistaníes (“pakis” para los rapados), que según ellos van a parar a Dinamarca con el único propósito de hacerse con los servicios sociales y obtener asistencia financiera. Tras unos desencuentros con su familia, Lars decide implicarse más con los neonazis y es enviado a vivir con Jimmy en una pequeña casa que está reformando por encargo de uno de los miembros influyentes del grupo, que servirá para que se familiarice con la visión del Tercer Reich e instruirlo en el camino hacia la supremacía de la raza blanca. Pese a la reticencia inicial (en un principio se detestan por la rapidez con la que asciende Lars en la organización) nacerá una atracción irreversible entre ambos con el consiguiente peligro para su integridad física.
El director se vale de la cámara en mano para introducirnos en una historia donde la brutalidad de las agresiones y el lenguaje soez y violento de estos personajes contrasta con su delicado lirismo en las escenas amorosas. Uno de los mayores aciertos del director es la posición de incomodidad en la que coloca al espectador: lógicamente, estos individuos no provocan demasiada empatía debido a su ideología política de la que no reniegan en ningún momento, pero sí cierta comprensión y complicidad cuando la pareja protagonista se encuentra aprisionada entre la encrucijada de su pasión amorosa y el pavor de ser descubiertos por una organización que detesta tanto a los gais.
Lo más interesante de largo es la relación que se establece entre ambos personajes a través de unas actuaciones muy convincentes y naturales del dúo protagonista. Los 2 roles son muy diferentes: mientras Lars es presentado como un joven sensible e inteligente, Jimmy es el típico ejemplo de Skinhead cenutrio repleto de tatuajes con símbolos nazis en el torso y en la espalda. David Dencik y Thure Lindhardt le dan un toque muy realista y conmovedor a la narración (aunque no llegue a las cotas de autenticidad de la pareja protagonista de la posterior Weekend), siendo capaces de comunicarse sin necesidad de palabras mediante el lenguaje corporal y las miradas, que otorgan una tensión erótica y ternura muy logradas: la mezcla de pasión y el desasosiego provocado por el miedo a ser descubiertos resulta muy cinematográfica, aunque no esté totalmente explotada.
Brotherhood es un melodrama violento (como buena película sobre skinheads neonazis que se precie, la cinta arranca con la paliza de rigor a una pareja de gais y hay un par de escenas más dominadas por la extrema crudeza inducida por estos seres tan irascibles), relativamente arriesgado e intenso, que utiliza multitud de asuntos importantes: la diversidad, la amistad, la traición, la frustración, los tabúes, el miedo, las contradicciones y la necesidad absurda que tienen muchos seres humanos de pertenecer a una comunidad para sentirse alguien importante. Cuenta también con un interesante análisis sobre la extrema derecha contemporánea, que sirve como reflejo de la creciente preocupación por la triste proliferación de los partidos políticos de ese corte en gran parte de la vieja Europa.
La primera media hora resulta bastante rutinaria, con unos personajes demasiado estereotipados, y no ofrece detalles que nos hagan comprender qué motivos llevan a Lars para unirse al grupo, cuando está tan claramente en contra de las ideas del colectivo desde el primer momento, y parece tener la cabeza bien amueblada. La cinta intenta abarcar tantos asuntos que lo hace globalmente de un modo bastante superficial, adoleciendo de varios problemas en un guión que abusa de algunas trampas previsibles en su segunda mitad, además de un vano intento de dotar de un cariz redentor a la historia del personaje de Jimmy, que parece colado con calzador.
La película, si sustituimos a los gais por los judíos, otro de los enemigos históricos de los neonazis, recuerda inevitablemente a El creyente, el filme de Henry Bean protagonizado por Ryan Gosling, donde el Judaísmo ortodoxo y el neonazismo radical se combinaban en un coctel todavía más explosivo que en el filme danés. A pesar de ello, la temática de Brotherhood podría haber dado lugar a algo más atrevido y con mala uva (uno de los escasos momentos divertidos es la discordancia entre el fanatismo ideológico de Jimmy y su costumbre de consumir siempre productos naturales y defender a ultranza la naturaleza), pero el director danés, haciendo honor a la frialdad tan común de los países nórdicos, se olvida del sentido del humor y decide optar la mayor parte del tiempo por una serena contención.