Uno de los elementos más apreciativos del cine actual es el encuentro (casual) de temáticas similares en cartelera, que gracias a la subjetiva mirada de sus directores llevan a puntos totalmente opuestos. Es de agradecer que cuando la coincidencia se hace patente, se consiga reforzar los personajes hasta el punto de no sentir ese amago de ‹déjà vu› que impide ver la valía de obras por separado. Todo viene por la adaptación de la novela de Garrard Conley por parte del actor y director Joel Edgerton en Boy Erased, donde la educación ultra católica se impone ante la orientación sexual, tratando de esquivar naturaleza con enseñanza. Edgerton recrea a partir de una experiencia real ese enfrentamiento de juventud en el mismo año que Desiree Akhavan, también actriz y directora, afrontaba su segunda película, La (des)educación de Cameron Post, que a su vez adaptaba la novela de Emily M. Danforth, donde nos volvemos a encontrar con la ausencia de tolerancia y el propósito de la imposición de cambios.
Akhavan parte con ventaja al tratar un tema que ya conoce muy bien. Sus anteriores trabajos han tratado sobre la bisexualidad y la aceptación tanto personal como del entorno de la situación. Si en Appropriate Behavior aprovechaba su propia vida para crear a su personaje protagonista, con una familia persa que no iba a aceptar su sexualidad, en La (des)educación de Cameron Post es el catolicismo mal entendido el que centra la situación de la joven Cameron, mostrando mayor interés en una de las partes de la novela homónima.
Con el carácter fresco del cine indie que surge de Estados Unidos, aterrizamos en los años 90, una época que imaginamos más tolerante, y lo que en un principio parece un secreto de adolescente, desemboca en un muro de incomprensión que nos lleva rápidamente al centro donde llevan a la joven, para reorientar su vida. Aunque la introducción es rápida y complaciente, pronto la realidad, algo enmascarada por la mirada adolescente, da paso a una angustiosa imposición del bien y del mal a través de las enseñanzas de La Biblia adaptadas a lo que realmente interesa.
Como toda película con tintes de ‹coming of age›, la figura del adulto se distorsiona hasta perder el interés de objetivo a alcanzar, proyectando una imagen de fanatismo, rectitud y engaño que parece confundir más que influenciar a los jóvenes, que son un variopinto grupo que en esta situación potencian las excentricidades que forman parte de sus personalidades, consiguiendo picos de humor cuando vemos a Cameron relacionarse con ellos. Akhavan aprovecha esa confusión en la que se ven envueltos (los terapeutas intentan negar parte de ellos, considerando que el mundo les ha obligado a vivir en un error) para dar color a los muchachos, comprimiendo su esencia para que todos tengan una presencia de peso en las decisiones de la protagonista.
Porque La (des)educación de Cameron Post consigue evolucionar y brillar pese al recogimiento impuesto, rezuma energía positiva hasta en los momentos más oscuros, mientras aprovecha las ensoñaciones para convertir a Cameron en su propia heroína personal, donde el paso al mundo adulto sigue siendo agridulce y conflictivo, en esta ocasión con un marcado handicap, viendo que la intolerancia es un trabajo de paciencia infinita para el que sufre el rechazo y no para el que niega la diversidad.
Cercana y amable, la película trata un tema complejo desde una perspectiva abierta de miras, y no por ello deja de lado la carga dramática, agradeciendo su tono por encima de la incomodidad que se percibe de la incomprensión entre iguales, con el palpable contraste entre la rectitud católica y la tímida libertad del adolescente en pleno autodescubrimiento.