Alice y Céline viven separadas por una pared, apenas. Más que separación la proximidad de sus dos hogares las une tanto como su amistad, las de sus esposos y la de sus hijos, Theo y Maxime. La vida transcurre sin más sobresaltos que una fiesta sorpresa de cumpleaños; el retraso de los niños al ir a buscarlos después de las clases; o algún resfriado que deja en cama a los hijos. Pero esta paz se quiebra tras el accidente mortal de Theo a los ojos de Alice. Otra vida de sufrimiento comienza para ellas, con la reprobación y enemistad de Céline.
El punto de partida para el tercer largometraje cinematográfico de Olivier Masset-Depasse es la novela Derriere la haine (Detrás del odio) de la escritora belga Barbara Abel. El original francés se corresponde a Duelles, título de otro libro de la misma autora, que traducido al español sería Duales o Dobles, un enunciado mucho más adecuado que este Instinto maternal impuesto para el estreno internacional fuera de Bélgica. Es curioso porque resulta más enigmático y potente la forma de aludir al carácter del personaje de Céline, bondadosa e implacable al mismo tiempo. También a las relaciones entre las dos amigas. Las reacciones de Maxime ante la muerte de Theo, su compañero de colegio y juegos. Incluso a otros personajes menos dibujados como son los maridos. Pero más que nada, ese título hace hincapié a esas casas adosadas que comparten las dos familias, un escenario que las arrincona, limita o retroalimenta las vivencias, desgracias y alegrías de todos ellos. Además de sugerir fonéticamente la sensación del duelo que constriñe después del accidente a las dos madres, magnificando esos sentimientos por un duelo psicológico entre las dos, un conflicto insalvable que las enfrenta.
La importancia de la psicología en el desarrollo de la historia crece marcada por el malestar de los padres que han perdido al niño, frente a su vecina Alice, paranoica a su pesar, sabia sin saberlo. Este juego de tensiones que flirtea con el suspense, algo de terror y numerosos giros argumentales, es el que ha servido para promocionar la cinta como una heredera más del estilo de Hitchcock. Sin embargo, tras la proyección se puede catalogar Instinto maternal como una película de intriga que recuerda lejanamente al maestro, pero en absoluto “hitchcockiana”. Sí existe una perversión en la mirada y actos de Céline que podrían recordar a clásicos del director británico, pero del mismo modo que puede recordar a situaciones de la filmografía de Robert Siodmak o la de Henri Georges-Cluzot. Porque Masset-Depasse no usa los objetos inanimados —una escultura, unas tijeras de podar o un oso de peluche— con la función dramática que sí conseguía Hitchcock en sus obras con instrumentos parecidos. Tampoco dilata las situaciones de peligro o tensión para que los espectadores se pongan más nerviosos. La mirada del director belga se encamina más a la relación entre las dos vecinas, sin forzar el suspense que se queda más fuera de campo.
Lo que sí ha conseguido el cineasta desde un planteamiento intrigante —tal como declaró en un coloquio posterior al pase de la película— es homenajear a otros referentes como Roman Polanski y, sobre todo, a su admirado Douglas Sirk. El melodrama sustenta el segundo acto e impregna todo el metraje por la fotografía luminosa, la dirección artística, más un sentido elegante, justificado y envolvente de la puesta en escena. Gracias al formato panorámico. Al seguimiento coreográfico de los personajes, mediante steadycam, grúas o panorámicas. Unos desplazamientos visuales que se ajustan como guantes a los movimientos de los actores.
El gran valor de Instinto maternal radica por una parte, en el cuidado trabajo audiovisual del cineasta, entregado a cerrar un ejercicio de estilo al que ya no estamos muy acostumbrados en esta época más prolija en el ritmo externo mediante cortes. Frente a un ritmo interno de la secuencia que resulta más complicado de rodar, pero mucho más atmosférico. Así que Olivier Masset-Depasse se alinea con Brian De Palma o François Truffaut entre otros seguidores del director londinense, autores que sí sacaron conclusiones útiles y transgresoras de su ídolo, para desarrollarlas en sus filmografías.
La dualidad en este juego de ser o no ser como Sir Alfred se mantiene con una banda sonora compuesta por Frédéric Percheval y Renaud Mayer que resuena expresiva, embriagadora, como las de algún film del mago del suspense. También en un guión que no se acomoda a la historia lineal que narra e impacta con varias sorpresas. Aunque siguiendo con esta espiral de referencias voluntarias o inconscientes, yo añadiría visual y climáticamente a Neighbours, el cortometraje animado de Norman McLaren. Puede que parezca rebuscado, puede que Instinto maternal no resulte tan innovador como aquel clásico, a pesar de ser un trabajo formal muy por encima de la producción audiovisual contemporánea. Pero la sensación al terminar la película se parece bastante a la que tuve tras ver por primera vez aquel corto, hace muchos años.