Nos gusta razonar sobre lo desconocido por encima de nuestras posibilidades. Esta es la clave del éxito de la ciencia-ficción, donde los autores desatan toda su imaginería cuando se trata de aquellos que vienen del espacio (exterior, of course), personajes que manejan tecnologías imposibles, de aspecto indeterminado e intenciones sospechosas: elevar la categoría de enemigo a nivel estelar.
Una vez elegido el objetivo, en el cine lo mejor son todas esas mezclas que pasan por encima de cualquier elitismo argumental. Si en La guerra de las galaxias —por hablar del entretenimiento por excelencia de masas en la ‹sci-fi›— se conjugaban géneros como western, samuráis y aventuras, la franquicia iniciada por Barry Sonnenfeld Men in Black —nuestro objetivo semanal en la búsqueda de la alternativa perfecta— quiso adelantarse a su tiempo rescatando la idea del policía universal, llevando el departamento de inmigración norteamericano al extremo.
Pero su mezcla de humor, acción y alienígenas no era la panacea innovadora que creíamos, porque el gigantesco villano de Men in Black siempre será un (descarado) homenaje a Hidden (Oculto). Mejor que la intrusión artística en lo desconocido es el desenfadado estilo que gastaba el cine en los años ochenta, donde la corrección frente a la ofensa colectiva todavía era humo y la añoranza por tiempos mejores estaba aún por nacer.
Hidden (Oculto) comienza con una espectacular persecución policial, con un Ferrari, un casete de Shok Paris y un tipo sin escrúpulos dispuesto a arrasar todo lo que se encuentre por delante, llevando la casual incidencia con el cristalero y el carrito con anciano al nivel destructivo del GTA.
Lo que parecía el preludio de una película de acción con polis soltando frases arquetípicas de tipo duro, da paso pronto a todo lo que hizo grande a Men in Black en su primera entrega. Y es que las similitudes no son pocas cuando se forma un extraño equipo para la investigación de unas misteriosas muertes y robos, donde el recién llegado, el siempre inquietante Kyle MacLachlan, parece saber demasiado, y Michael Nouri, capaz de tirar adelante aplicando un poco de fe ciega en su chulería ignorante. Pero llegados a este punto… ¿dónde está la ‹sci-fi› de base? Aquí entra el bicho, pasajero de cuerpos ajenos, que se permite el lujo de cambiar de fisonomía bajo un mismo comportamiento: los coches potentes, el dinero, las armas y el ‹rock&roll›. Así, en una especie de Sin noticias de Gurb salvaje, vamos descubriendo el funcionamiento de este juego de gato vs. ratón que tiene energía, diversión e ingenio a raudales sin necesidad de explotar un presupuesto exorbitante.
Una típica lucha de seres de los que ni siquiera sospechamos de su existencia acontecida en nuestro planeta es la excusa perfecta para utilizar los piques policía-FBI, las conquistas electorales, las revoluciones sexuales y el absentismo dialéctico sin dejar de lado la imaginación del espectador, con una gran selección de personajes tópicos y recurrentes que son una delicia.
Ahora sí vivimos del recuerdo, el fenómeno fan y el culto, así que recuperar la película de Jack Sholder, la verdadera obra maestra de un experto en reciclaje (solo hay que visitar su filmografía para darse cuenta), es una obligación para los amantes del más allá intergaláctico y las ‹buddy movies› extremistas: Hidden (Oculto) es la verdadera precuela de Men in Black.