Cuando en 1928 Carl Laemmle cede a su hijo Carl Laemmle Jr. los estudios Universal, este empieza a apostar por el cine de terror y a poner en liza figuras míticas del género como Frankenstein o Drácula. Serían, de hecho, esas figuras en sendos films dirigidos por James Whale y Tod Browning respectivamente las que otorgarían un inesperado éxito a Universal convirtiéndose, a la postre, en clásicos de género ya ineludibles a día de hoy. Casi una década después llegaría otra de las que se terminaría erigiendo figura emblemática, el Hombre lobo interpretado por Lon Chaney Jr., al que dirigiría George Waggner en su primera aparición.
Precisamente un año antes de la aparición de ese Hombre lobo, la propia Universal contrataba a la pareja radiofónica Lou Costello y Bud Abbott para debutar en la comedia musical Noche en el trópico. No fue sin embargo hasta su segundo film, Reclutas, cuando se terminarían transformando en estrellas del celuloide. Entre sus mejores títulos podemos encontrar el que hoy nos ocupa, esta Abbott y Costello contra los fantasmas donde Charles Barton no sólo reuniría de nuevo al dúo cómico, sino también se atrevería con una arriesgada apuesta como la de poner en liza a todas las mentadas figuras míticas del cine de terror que, por si fuese poco, además interpretaron algunos de sus asiduos como Bela Lugosi o Lon Chaney Jr., siendo Glenn Strange quien daría vida a Frankenstein, personaje que compartió durante años —y en menor medida— con Boris Karloff.
Lo que parecía un reto, no obstante, cayó en manos de un ya veterano Charles Barton que, posiblemente, conseguiría su primer éxito con Abbott y Costello contra los fantasmas; éxito merecido al combinar con una eficiencia y agilidad dignas de elogio un universo tenebroso con las peripecias de dos personajes que aquí desataban el tarro de las esencias gracias a la impagable labor de un Lou Costello omnipresente, cuya presencia en pantalla lleva prácticamente todo el peso cómico desembocando en una suerte de comedia de enredos en la que el propio temor del personaje se alza con voz propia para desgañitar al bueno de Abbott a la par que descubrimos las intenciones de un Drácula que no ha despertado por pura casualidad. Entretanto, la figura y presencia de Lon Chaney Jr. ofrece el equilibrio perfecto a las desventuras del dúo cómico mostrándonos el contrapunto terrorífico del film a través de la perspectiva de un Hombre lobo cuyos temores parecen estar a punto de hacerse realidad.
Charles Barton demuestra, además, realizar un perfecto empleo de los espacios donde se desarrolla la acción, aprovechando sus características al máximo y dejando vía libre para que Abbott y Costello se muevan a sus anchas en un recital cómico que en ocasiones incluso se mueve entre la autoparodia y la ironía —el regodeo de Lou Costello—, aunque casi nunca deje de lado ese humor inocentón que caracteriza a la pareja y que, lejos de desmerecer el resultado, le confiere un entrañable halo.
Tampoco se echa en falta una especie de ‹femme fatale› (encarnada por Jane Randolph) en este recital de géneros en los que la comedia da paso al terror con una frescura inusitada y los escenarios —esos exteriores boscosos— cobran una importancia capital que confiere una ambientación única e incluso es difícil de encontrar hoy en día. Es en ese punto donde surge, de hecho, una contrariedad: lo que hace de Abbott y Costello contra los fantasmas una película a la que se le ven las costuras es aquello que consigue transformarla en algo más, pues nada sería igual sin su cándido ingenio y sin esos decorados cartón piedra capaces de captar la esencia del mejor terror y de demostrarnos que, aun habiendo pasado más de medio siglo, no hay nada como una inmersión a pleno pulmón en puro cine de monstruos y del horror más divertido.
Larga vida a la nueva carne.