Hoy nos acercamos al llamado ‹New Black Cinema›, género liderado por Spike Lee, con dos títulos que nos devuelven a las calles. Empezamos con Infierno en Los Ángeles, que dirigieron los hermanos Allen y Albert Hughes en 1993. A ellos se les une Panther, película de Mario Van Peebles presetada en 1995. Aquí siguen los textos de la sesión doble de hoy.
Infierno en Los Ángeles (Allen & Albert Hughes)
En apenas unos minutos, el clima de confrontación racial de la USA de los 90 ya ha sentado las bases del debut de los hermanos Hughes —que años más tarde se darían a conocer por su adaptación del cómic de Allan Moore, Desde el infierno—, una Infierno en Los Ángeles encuadrada en lo que se denominaría ‹New Black Cinema› en relación a ese movimiento que daría pistoletazo de salida con el Nora Darling de Spike Lee, y se extendería hasta mediados de los años 90 conociendo cineastas como, por ejemplo, el autor de una de las piezas claves del género, Los chicos del barrio del recientemente fallecido John Singleton.
No obstante, y si bien tal periodo se conoce por las entrañas de un cine inconformista en tanto las bases de su discursiva se constituían de un modo visceral, estamos del mismo modo ante la inclinación por un lenguaje visual en busca de un estilo lo más frontal y directo posible. El empleo de recursos prácticos —como el uso del plano, desde ese barrido tan habitual del cine de Spike Lee a travellings que dotan de expresividad a ciertos momentos, o una voz en off que aparece como estimulante elemento narrativo— surge en la obra de los Hughes como propiedad central de un cine en el que acentuar tanto el carácter como el fondo de un relato repleto de aristas. Algo que también logran en el modo de perfilar sus personajes: ese talante tan naïf que ha obtenido desde una perspectiva concreta el cine afroamericano —véase, como ejemplo, el último trabajo de Barry Jenkins— desaparece en pos de individuos cuya condición viene marcada por un contexto social determinado e incluso por la clase a la que pertenecen, pero no es señalado necesariamente como la causa de sus conductas. Los personajes escritos por Albert y Allen Hughes son conscientes de su naturaleza, sí, pero también de que está en su mano huir de ciertos ambientes perniciosos y buscar salidas pese al estigma que pueda llegar a suponer el color de su piel. Es así como el retrato realizado obtiene una bidimensionalidad muy interesante, huyendo de los habituales extremos a los que tiende el cine social.
Infierno en Los Ángeles se perfila así como un cine que, con sus obviedades y ese lenguaje tan llano, logra acceder a los estímulos necesarios (incluso en lo emocional) como para llegar a comprender el sino de una reflexión que se evidencia rápidamente y no se pierde en complejos subtextos, pero resulta tan contundente y rabiosa como lo merecen sus connotaciones.
Escrito por Rubén Collazos
Panther (Mario Van Peebles)
Mario Van Peebles es un cineasta afroestadounidense y mexicano (nacido en el segundo, criado en el primero), cuyo padre es nada menos que Melvin Van Peebles, director de esa locura llamada Sweet Sweetback’s Baadasssss Song (1971), creada al calor de la lucha de los derechos civiles, los Panteras Negras, la contracultura en general y el ‹blaxploitation› en particular. Tampoco hay que dejar de lado que su madre era la actriz alemana Maria Marx, más conocida por su rol en la obra Ilsa, She Wolf of the SS (1974), del extraño, fascinante y hoy en día algo infantil subgénero ‹women in prison movies›, del que podría escribirse un tratado desde el punto de vista feminista harto interesante —liberación sexual de la mujer vs. hombres blancos haciendo pelis con tías en pelotas para atraer a jóvenes, por resumirlo de manera corta y dejando todos los grises para otra ocasión—.
Con estos referentes paternos a sus espaldas, el bueno de Mario comenzó a dirigir, escribir y actuar a inicios de los 90, enfocado en esa cosa al que algunos llaman ‹New Black Cinema›, etiqueta que habría que coger con papel de fumar. Sea como sea, en 1995 adapta su propia obra Panther a la gran pantalla, un auténtico referente en aquella época para la comunidad afroamericana y que versa sobre el auge y posterior caída de los Panteras Negras entre finales de los años 60 y y los 70.
El tema de los Panteras Negras sigue siendo objeto de revisión por la sociedad estadounidense, que no se pone de acuerdo entre considerarlo el gran movimiento negro en la lucha por sus derechos ejerciendo para ello la autodefensa, o presentarla como algo más cercano a una banda criminal desorganizada con buenas intenciones más que otra cosa —entre nosotros, para mí más cerca de lo primero que de lo segundo—. Mario Van Peebles crea un artefacto político, que sirve tanto para reivindicar el legado del partido como para explicar la situación que se vivía entonces sin rehuir algunos detalles más grises.
Podríamos catalogar la película de biopic, un género por el que sólo siento rechazo, pero lo cierto es que la soltura del cineasta para ir contando una ficción salpicada de imágenes de archivo, logra que la obra, de casi dos horas de duración, no se haga pesada. Tiene tanto elementos de un cine más comercial como de cierta mirada sucia y llena de rabia que impregna la cinta. Es, como decía anteriormente, un retrato lúcido de una época. Resulta la crónica del auge de unos idealistas, que se acogieron a sus derechos de portar armas como fórmula para combatir un racismo brutal a todos los niveles, y de la despiadada guerra sucia que se ejerció por parte del poder establecido para desacreditarlos o incluso eliminarlos. Por el camino también se refleja la enorme variedad y divisiones que el movimiento de los derechos civiles arrastraba, incluyendo enfrentamientos entre ellos.
La película tiene un narrador definido, pero el punto de vista se encuentra en varios personajes en lo que acaba siendo una obra coral que intenta abarcar, y lo consigue durante la mayor parte del metraje, todo el proceso de la creación y desintegración de los Panteras Negras, explicando no solo una época, sino sobre todo una derrota.
Escrito por Pablo García Márquez