Alguien me dijo una vez (y no vamos a revelar fuentes sin permiso) que Jonás Trueba debería salir más de la biblioteca y pisar más calle. La interpretación que servidor da de esta categórica frase se relaciona perfectamente con el tono de los films de Trueba: mucho idealismo intelectual y sentimental, pero poca traslación con lo que respecta al mundo real, a cómo siente, piensa y padece el resto de mortales. Sí, Jonás Trueba da la sensación que vive en una perenne película de la Nouvelle Vague y que su cine, no solo rinde homenaje a dicho movimiento, sino que es una continua proyección de la manera en que ve (o cree que debería ser) la vida.
Hablar pues de ‹egotrip› sería sencillo e incluso lesivo, pero los tiros, creemos, no van por ahí porque, la verdad sea dicha, el componente de superioridad moral o de cine de consumo propio no existen en el Jonasismo. En realidad Trueba siempre quiso ser un Truffaut de lo formal y un Rohmer de lo textual fallando estrepitosamente en ambos casos pero ofreciendo siempre una generosidad apreciable en el traslado de su ‹modus vivendi›.
Pero a veces, incluso la generosidad acaba por traducirse en intrusismo desvirtuador, y este es sin duda el caso que nos ocupa en la primera pieza de la serie Quién lo impide titulada Tú también lo has vivido. El formato no puede ser más aparentemente simple en lo formal: cámara fija, para el entrevistado y entrevistador fuera de campo con la intención de establecer un diálogo generacional con unos adolescentes que nos darán su visión al respecto de temas como la soledad, el compañerismo, política, el amor, etc.
El objetivo no es otro que ofrecer un amplio espectro de opiniones para configurar un todo que desmienta el tópico sobre el joven despreocupado e incapaz de articular ningún tipo de discurso que se salga del canon de inmadurez otorgado a esa franja de edad. El problema con ello no radica tanto en las respuestas sino ya de entrada en una selección de entrevistados que quieren desmentir el arquetipo global pero no lo hacen en absoluto con el cliché idealizado que el propio Trueba tiene.
Así, en lugar de poner frente al espejo dudas o contradicciones con las respuestas dadas, Trueba se esconde en su fuera de campo para apuntalar y reforzar las opiniones que van surgiendo de dichos jóvenes. En realidad no se busca profundizar ni generar un debate que pudiera haber sido interesante sino de crear múltiples proyecciones jonasistas en cada uno de ellos con lo que se consigue al final no es un fresco generacional sino una impostura sobre un mundo imaginario que solo existe en la cabeza del director.
Lo peor de todo es que al final, lo que podría haber creado controversia acaba siendo risible, el comentario polémico un chascarrillo insoportable y la búsqueda de empatía hacia dichos adolescentes transformada en la confirmación de aquello que Mark Renton afirmaba con gravedad en Trainpotting: «En mil años ya no habrán hombre ni mujeres, solo gilipollas».