Montones de cartas inundan una mesa, un hogar, muestras de afecto y cariño por lo que se asume como uno de esos nombres indispensables para el imaginario colectivo; la particularidad, más allá de a quién van dirigidas esas misivas, no reside tanto en cuál es su destinatario, como resultaría lógico, sino en aquellos que han dado forma a sus pensamientos para destacar, de forma indirecta, la relevancia del receptor. En un off que se extenderá a lo largo de Conociendo a Astrid, el nuevo trabajo de la cineasta danesa Pernille Fischer Christensen, e irá brotando en momentos clave, las voces de distintos infantes resuenan otorgando otra concepción a una de esas figuras irreemplazables en la literatura infantil. Ya no se trata, pues, de poner de relieve el rol de Astrid Lindgren como escritora y la importancia en su desempeño como tal, más bien de intentar comprender mediante esas palabras el significado de una de sus mayores creaciones, el conocido personaje literario de Pippi Långstrump.
Fischer Christensen nos sumerge para ello en la Suecia de los años 20, en el que una joven —tal como indica su título en sueco Unga Astrid, cuya traducción literal sería “Joven Astrid”— educada en un entorno creyente, deberá lidiar con la idiosincrasia de la comunidad en que vive y, en especial, del propio seno familiar. Si bien ese es un componente interesante al afrontar la historia de Astrid Lindgren, la autora de Alguien a quien amar lo emplea más bien para suscitar un contraste idóneo entre la personalidad de la muchacha, cuya visión parece ir más allá de las típicas convenciones sociales de la época, y la postura especialmente anclada en la doctrina de sus padres —cuyo credo llegará a cuestionarse Astrid en alguna ocasión, en especial en lo que concierne al rol del hombre y la mujer en aquella sociedad—. No estamos, de este modo, ante el arquetípico choque entre la religión y una mirada independiente —por más que la protagonista relacione la palabra “futuro” con “libertad”, en ningún momento llega a repudiar el contexto devoto en que se mueve; ni siquiera asistir a misa supone inconveniente alguno para ella—, en no pocas ocasiones epicentro del conflicto suscitado en el ámbito de la creación. Es, de hecho, el rol fabulador con que ya es identificada entre sus hermanos, y el vínculo que se verá obligada a sostener con su hijo Lasse, aquello que se expone como foco de la que años más tarde sería su obra más conocida y apreciada.
La gran virtud que mantiene Conociendo a Astrid en ese aspecto, es quizá el de no anteponer su faceta como escritora a la senda personal que le hizo emerger como algo más que eso. El retrato que realiza la cineasta danesa, se articula de este modo desde una cierta madurez donde el proceso de aceptación de una nueva etapa y su transformación a través de esta y de la relación sentimental que mantendrá, se sostienen como pilares fundamentales de su propio desarrollo. Quizá, a raíz de todo ello, el film entra en un período de reiteración, pero no se resiente de ello debido a una narrativa fluida y, en especial, a una carencia de excesos pese a transitar peajes cuyo dramatismo podría desbordar fácilmente el relato. Y es que si bien su banda sonora parece atrapada en prototipos pasados, algo que se deduce de su sabor añejo, a nivel formal no se asume riesgo alguno, hecho que podría ser comprendido como defecto —aunque no deje de serlo—, pero en cierto modo deviene virtud al dejar avanzar la obra desde, en ocasiones, un acertado sentido figurativo.
La barrera que surge entre una madre y su hijo por el papel forzoso de ella tras un lazo afectivo que finalmente se descubrirá de modo caprichoso, el rol femenino en una etapa donde sus formulismos dificultaban cualquier tipo de movimiento cambiante —algo que Fischer Christensen define muy bien desde el cromatismo de las prendas, donde destaca el beige del vestido de Astrid frente a los oscuros trajes del género masculino, amen de ese detalle en forma de regalo que le realizará su primer amorío, Magnus— y la consabida conciliación en última instancia con su familia, conforman de este modo las vicisitudes en la composición de un personaje cuya independencia habla por sí sola, pese a la evidencia con que Conociendo a Astrid pisa en ocasiones algunos de los terrenos por que transita.
Larga vida a la nueva carne.