Con el fallecimiento de Larry Cohen a los 77 años de edad se va no sólo uno de los nombres capitales del cine de serie B, sino también uno de los autores y guionistas más personales y subversivos que ha dado el cine estadounidense moderno, al que recientemente se le rindió merecido tributo en el documental King Cohen: The Wild World of Filmmaker Larry Cohen, dirigido por Steve Mitchell.
Guionista de pura cepa, sus inicios hay que situarlos en el medio televisivo, donde empezó escribiendo episodios para multitud de series (principalmente de intriga y del oeste) hasta que pudo desarrollar proyectos mas personales, como la serie de ci-fi de culto Los invasores, que él mismo creó. Será después de escribir algunos libretos para filmes menores de Mark Robson y John Guillermin cuando decida (o los medios disponibles le permitan) debutar también como director, en este caso en un género en boga por aquellos años, la ‹blaxploitation›, con Bone, a la que seguirán El padrino de Harlem y su secuela.
No obstante, es con su siguiente obra, la primera que lo liga al género de terror en el que tanto y tan bien se moverá en años sucesivos, donde logrará sus mayores réditos hasta la fecha. Hablamos de la seminal ¡Estoy vivo!, original parábola fantástico-terrorífica sobre la paternidad en la que ya aparecen los principales rasgos que marcarán su cine: presupuesto mínimo, dirección enérgica y capacidad para hablar de forma ácida y transgresora sobre la sociedad y los claroscuros de la naturaleza humana desde la trinchera de un cine de género feroz, combativo, ambicioso y al margen de las modas y del sistema.
A ¡Estoy vivo! le seguirá la que es, para servidor, la obra maestra de Cohen y una de las grandes películas de terror de su tiempo, God Told Me To, demencial inmersión en un horror de corte místico y alucinado que imaginaba una nueva encarnación de Cristo en la pecaminosa Nueva York de los años setenta. La cinta jugaba inquietantemente la carta de la ambigüedad, dejando sin aclarar la naturaleza de ese nuevo Mesías con el rostro de Jesús (¿ira divina o bufa subversión satánica de la iconografía cristiana?) y planteando, en definitiva, una serie B rarísima y enormemente estimulante, que no sólo certificaba el talante profundamente imaginativo de la escritura de Cohen, sino también su talento como director, capaz de sobreponerse a las limitaciones y de jugar creativamente con los pocos recursos que tenía a su alcance.
De aquí en adelante, su trayectoria seguirá completándose con títulos de fantasía, terror y ciencia-ficción en los que se mantendrá fiel a las constantes que hemos mencionado, llevando adelante (no sabemos bien cómo) argumentos tan delirantes como el de Q, la serpiente voladora, con otros en los que se permite potenciar la vena cómica y satírica tan cara a su cine (la singular The Stuff, una de sus obras más recordadas por sus admiradores). Asimismo, no ha dado la espalda ni al thriller (ahí están Efectos especiales o La ambulancia, probablemente su última obra de cierto valor) ni a sus guiones para terceros, donde caben destacar películas tan originales y reivindicables como Best Seller, Maniac Cop, Cellular o Última llamada, estas dos últimas pequeñas joyas del cine comercial americano reciente en las que Cohen exploraba el potencial de una situación mínima y angustiosa con mano maestra y su habitual interés por someter a sus criaturas a un tormento moral con fines redentores.
Su último trabajo como director, aunque no como guionista, fue, si no recuerdo mal, Trayecto al infierno, jugoso episodio para la serie Masters of Horror que, si bien no estaba escrito por él (algo raro en un autor total que acostumbrada a firmar el guion de todas sus películas), conservaba parte de su personalidad y de su genuina mala leche.
Desconectado del medio desde hace una década aproximadamente, con él se va una forma muy personal de entender el cine fantástico y de terror, pero lo hace dejando a sus espaldas una obra de gran riqueza y de la que bebieron, beben y beberán multitud de directores y guionistas. No muchos pueden decir lo mismo. DEP, maestro.