De entre los muchos temas que nutren el corpus autoral de Jesús Franco, el de la locura homicida del ‹mad doctor› es uno de los más recurrentes. Antes de rodar Miss Muerte, Franco realizó dos películas protagonizadas por el Dr. Orloff, siendo la primera de ellas (Gritos en la noche) una suerte de derivación gótica del film de Franju Los ojos sin rostro, más tarde reactualizado por el propio Franco en clave ‹eurotrash› en Los depredadores de la noche. Con Miss Muerte retoma el tema no sin cierta bastardía argumental (aunque se plantea como una secuela de Gritos en la noche, argumentalmente apenas hay nada que las una), aplicando nuevamente un tratamiento moral eminentemente clásico a una trama que alcanzará su particular distinción en las connotaciones trágicas y poéticas que envuelven el relato, cuyas sugerencias líricas y macabras probablemente debamos a la creatividad siempre en ebullición del gran Jean-Claude Carrière, coautor del guión junto con el propio Franco.
De este modo, Miss Muerte se mantendrá en cierto modo fiel al paradigma del científico loco, un modelo ya muy asentado tras el calado de obras como El Dr. Jekyll y Mr. Hyde o Frankenstein (particularmente los Frankenstein cinematográficos que legó la Hammer), narrando la enajenación mental de la joven hija del ambicioso doctor Zimmer, presta a vengar la muerte de su padre a manos de un grupo de científicos que no supieron entender la grandeza de su descubrimiento: no sólo determinar la naturaleza física de la maldad y la bondad, sino también saber localizarla y manipularla a placer. Como en las obras antes citadas, la idea del científico que, en su afán de progreso, decide igualarse a Dios y desafiar los dictados de la naturaleza, conllevará una distorsión ética (acompañada habitualmente de una distorsión física: en la cinta que nos ocupa, la joven Irma Zimmer verá su rostro desfigurado tras cometer su primer acto de maldad) que conducirá a la demencia; demencia, claro, de orden punitivo, aunque Franco evita empantanarse en explícitas moralinas y decide subrayar, por el contrario, el carácter trágico de la protagonista, cuya insania podemos llegar a entender.
Lo interesante de la película, como dijimos antes, no está tanto en su trama como en su enfoque. Franco, utilizando una clásica historia de venganza, logra configurar un universo personal cuyas principales constantes ya se habían esbozado en títulos anteriores y se seguirían esbozando a lo largo de su carrera. Ahí tenemos, por ejemplo, la idea de la mujer como mantis religiosa, en este caso doble: la bailarina Nadia (aka Miss Muerte) sirviendo de bello instrumento del crimen a la maquiavélica Irma Zimmer, cerebro en la sombra. En su número de variedades (otra constante en el cine de Franco: los espectáculos de cabaret como recreaciones simbólicas y oníricas de la propia trama de la película), Miss Muerte daba caza a su víctima (masculina) hechizándola con su belleza. Muchos años después, Franco volvería a hablar literalmente de lo mismo en Mari Cookie y la tarántula asesina, aunque esta vez en clave de cómic ‹underground›.
También está la idea de la dominación, en este caso a través de la hipnosis inducida por determinadas técnicas quirúrgicas (en otros muchos, a través de la fuerza bruta, mediante prácticas sadomasoquistas a menudo ambiguas, en tanto que los flujos de dolor y placer viajaban de víctima a verdugo desconcertantemente). Como en tantas y tantas narraciones góticas, no faltará ni el laboratorio secreto en el caserón abandonado (guarida del científico-monstruo rechazado por la comunidad y obligado a actuar en la clandestinidad) ni los esbirros fieles y/o lobotomizados.
También, en un sentido ya más estético, podemos encontrar la mano de Franco en la vistosidad poco realista pero de fuerte intensidad simbólica de los crímenes de Irma Zimmer, algo que acerca su cine a las esencias del comic o el art-pop, y que lo emparenta, de un modo algo lejano, con otras piezas de culto protagonizadas por sádicos tan chalados como imaginativos, caso del Dr. Phibes y sus múltiples gadgets asesinos. Franco, de todos modos, no se muestra tan frívolo, y prefiere dar pátina poética a una serie de estampas de suspense y horror como la de la joven asesinada en el lago (brillante en su sequedad), la de Howard Vernon enredándose en la tela de araña que teje Miss Muerte en un compartimento de tren, o aquella persecución a uno de los científicos-víctimas de Irma Zimmer por calles desoladas y fantasmales, de atrapante y ominosa atmósfera.
Si muchos (y aquí me incluyo) dudaban o llegaron a dudar en algún momento de la valía como director del autor de Eugenie, Miss Muerte nos saca de nuestro error: sólida, oscura, con filtraciones románticas enfermizas, de férrea puesta en escena y ritmo preciso y sin altibajos, estamos ante una cinta que conjuga hábilmente elementos de suspense y horror sazonándolos con detalles extraños y poéticos (casi todos los concernientes a la crueldad de Irma Zimmer y su “araña” servil), ofreciendo a su vez escenas rodadas con nervio e imaginación, como la del teatro abandonado o aquella larga pelea entre el esbirro de Irma y el amante de Miss Muerte.
Todo ello hace de la película no sólo un estupendo ejemplo de cine fantástico y de terror, sino una de las mejores (si no la mejor) obras del extraordinariamente prolífico Jesús Franco, que en esta época estaba en el punto más alto de su creatividad e inspiración. Como curiosidad, el propio Franco realizaría, cinco años después, una especie de remake encubierto titulado She Killed in Ecstasy, cuyo único aliciente lo constituía la presencia de la bellísima y malograda Soledad Miranda.