Cuando uno piensa en cine político nombres como Costa-Gavras, Ken Loach o Michael Moore salen a la palestra. Un cine con el cual uno puede empatizar o no amparándose en el acuerdo-desacuerdo con las tesis planteadas. Pero más allá de eso queda la sensación de estar ante películas profundamente maniqueas, absolutamente obvias en su propósito de transmitir el mensaje. Es por ello que no resulta en absoluto extraño acabar por experimentar un cierto rechazo intelectual, que no necesariamente ideológico, ante tales ejemplos de propaganda.
Precisamente la clave de una buena denuncia radica en el subterfugio, en la sutileza, la inteligencia del disimulo. Son las preguntas no resueltas las que hacen reflexionar, cuestionar, discutir y criticar. En este sentido la aparentemente inane Recoletos arriba y abajo del irreductible e injustamente denostado Pablo Llorca constituye un fresco conciso del carácter político e incluso del carácter nacional (si es que existe tal cosa) de lo que es la España de los últimos tiempos. Un mapa de dobleces y sobreentendidos centrados en la figura del típico ‹middle man› español donde el postureo, la apariencia y la contradicción se alternan en continuo juego de contradicciones y auto-negaciones ideológicas y sentimentales.
Con ello y amparándose en un estética feísta, de contrastes muy marcados (probablemente buscada y al mismo tiempo forzada por la escasez de medios) entre la desnudez de decorados y la vivacidad colorista de la ropa de los protagonistas, Pablo Llorca expone de forma luminosa todo lo sucio que se esconde tras la aparente ejemplaridad de la transición democrática española. Chanchullos, traiciones, amantes, nepotismo y antiguos franquistas conviviendo con sus víctimas con total impunidad. Nada es lo que parece y al mismo tiempo también lo es. Un mundo que queda directamente emparentado con esa España valle-inclanesca, imagen deformada de la realidad europea. El drama está en que ya no se necesita un narrador externo que lo ponga de relieve, la propia cámara confiere sin filtros lo grotesco de lo filmado.
Todo ello sin embargo queda muy lejos de la superficie visual. El tono “diamondflashero” del film opera en una sensación de “realismo de la irrealidad”. Una contradicción constante entre la asimilación del extrañamiento ficcional y una realidad de cartón piedra. Como si el propio decorado fuera metáfora doble tanto del propio marco mental del protagonista como de la realidad española. De hecho la construcción de la película ya se articula desde el título (arriba y abajo) en la confrontación de dos opuestos, fórmula que se repite incluso en la articulación formal de la metáfora. Llorca es capaz de sumergir la crítica política en un segundo o incluso tercer nivel de profundidad y al mismo tiempo convivir con el simbolismo más obvio y grosero a la hora de representar, por ejemplo, la muerte de uno de los personajes.
No, Recoletos arriba y abajo no es una película perfecta, en demasiadas ocasiones se le notan las costuras, las prisas y el amateurismo de muchos de sus intérpretes, pero sin embargo esto mismo le confiere un extraño magnetismo, un aire de misterio que impide apartar la vista de sus, por momentos, hipnóticas imágenes. Una película arriesgada, diferente y desde luego «rara avis» en el cine español. Una auténtica contradicción andante que despierta no solo simpatía, sino la idea de que Pablo Llorca, no solo sabe perfectamente lo que se trae entre manos sino que lo ejecuta con una dosis extrema de inteligencia, de sapiencia fílmica y todo desde la humildad y la falta absoluta de pretensiones. Sí, como decíamos perfecta no es, pero sí una de las películas más clarividentes, sinceras y sutiles de los últimos tiempos.