Guy Maddin, el protegido de Atom Egoyan y último ‹enfant terrible› del cine independiente canadiense hasta la fecha, compone con Keyhole la culminación de su personal y perverso estilo cinematográfico, el zenit para alcanzar a tocar el cielo de su particular cruzada de planteamientos eclécticos, rupturistas y anti convencionales.
Con una puesta en escena histérica y voluptuosa, no tan revolucionaria si tomamos las representaciones “lynchianas” y “buñuelescas” más arriesgadas, adapta las características del montaje emocional soviético para impartir un curso avanzado de efectismo y manipulación de la imagen, un recurso que se ve potenciado por su peculiar impronta visual basada en una bizarra cascada de imágenes causticas y elocuentes, una planificación compositiva fragmentaria y disociativa que conjuga desenfoques, iluminación discontinua e intermitente, sonidos estridentes arbitrarios y las rupturas bruscas y continuas del discurso narrativo articulado como un sentir creativo que bebe más del impulso daliniano que del proceso creativo racional clásico.
Estos elementos son algunas de las trampas del lenguaje interno de Maddin que, en definitiva, busca alternar talantes orgánico-distantes y crear un marcado distanciamiento brechtiano que es provocado concienzudamente por el autor para romper la identificación del espectador con algo que considera cierto y guiarle en la toma de conciencia de que está viendo un espectáculo de luces, imágenes y sonidos.
Otros componentes brechtianos que el canadiense pone en práctica con frecuencia son la observación distante del entorno social, la alusión meta-fílmica tomada de géneros, estilos y tendencias clásicas pero manipulados y actualizados, así como el comportamiento, en muchos casos, muñequizado de unas creaciones que se sostienen de forma más artificiosa y unidimensional que tangible.
Maddin se revela como un realizador muy dotado para radiografiar emociones con una narrativa sin cohesión interna y para otorgar un inefable sentido estético a la hora de representarlas. Esto se demuestra en su uso conjunto del filme concebido como elemento de manifestación y exploración expresiva libre y radicalizada, función que revela la emoción íntima de su creador como autor inconformista a través de las posibilidades psicotécnicas de la cámara. También a la hora de granjear consistencia a sus concepciones onírico-fragmentarias que actúan como atajo laberíntico enraizado y de incomprensible raciocinio.
Keyhole, siendo su primera película de narrativa locutada y filmación digital, rompe con las estructuras lógicas de un texto, explicitando la condición de confesión íntima (en este caso por La Odisea como inspiración literaria) y no de ficción cinematográfica con pretensiones naturalistas. Sus guiones están concebidos como un activo intangible donde representa las tormentas y los vampiros interiores. Un desarrollo surgido del subconsciente o de las obsesiones de Maddin por caricaturizar y deformar la realidad a su antojo. En el caso de Keyhole, manipulando hasta la histeria un planteamiento de género con raíz en el cine negro hollywoodiense más estandarizado. Pretensión existencialista de plasmación de autoconciencia que se transforma en opaca literatura de espíritus cuadrangular y geométrica.
Su cine, libertario e insobornable, es claro heredero de la síntesis creativa daliniana y de las proporciones abstractivas de la danza contemporánea: planteamientos que no se sujetan a la lógica, germen motivacional basado en el impulso más que en la composición, tosco desarrollo de fábula ego maníaca intransferible en su emotividad que busca pretendidamente el asombro y el impacto antes que la interacción con la audiencia.
Es un cine, decididamente, concebido como expresión libre de prejuicios e intereses comerciales, a contracorriente de planteamientos comerciales, cuya implicación artística provoca la suficiente elocuencia e hipnosis como para mostrar un pérfido interés hacia las propuestas de Maddin, a pesar de que estas se muestren simplemente como un valiente e interesante logro para su director sin pensar demasiado en la existencia de un público activo.