Montador de algunos de los títulos más recientes del cine de Terrence Malick como Knight of Cups y To The Wonder —además de una The Vessel en la que el de Illinois ejerció como productor ejecutivo—, A.J. Edwards debutaba cinco años atrás con The Better Angels, una primera toma de contacto con la realización que, además de acercarse al cine de su mentor en determinados aspectos —como esa visión ‹new age› inseparable del autor de El nuevo mundo—, ya mostraba una cierta personalidad en el carácter envolvente y preciosista de sus imágenes —si bien también cercanas a Malick—; carácter que, en parte, se traslada a este nuevo largometraje, una Age Out que si bien vira en torno a escenarios sin conexión aparente con su anterior trabajo, exponiendo una naturaleza criminal que se adscribe al protagonista desde el inicio, cuando descubrimos que es un huérfano y que su contacto con un mundo complejo está a punto de desembocar, a sus 18 años, en un intento por reformar la senda tomada en un principio, otorga a través de esos espacios un particular contraste con aquello que se supone debe predeterminar el universo de Richie; lejos, pues, de un formato que precisamente parece recluir al personaje central, el cuadro queda expuesto ante una luminiscencia capaz de disponer un cierto grado de intimidad y transportar, en ocasiones, esas singulares angulaciones de las que se surte el cineasta a un plano muy distinto del que se supone se debería extraer en un contexto como el frecuentado por el protagonista, por más que intente huir de ese pasado que se antoja una amenaza en todo momento para su nueva forma de afrontar el propio periplo.
Es mediante la exposición de esos escenarios, y la irrupción de dos personajes cuyas intenciones podrían ser descritas como prácticamente contrapuestas en el día a día de Richie, como A.J. Edwards expone lo que se supone debía ser la vía de escape del protagonista, llevándola a ese punto donde, sin necesidad de estar atrapado, todo avance parece mermar y reducir sus posibilidades. La huida de un pasado acechante, que incluso ante lo que se asemejaba una oportunidad, la opción de reconstruir y armonizar de algún modo —desde la relación que entablará con Joan— el trayecto recorrido hasta el momento, se someterá ante el proclive caos y descontrol sostenido por el indómito Swim —algo reforzado en esas transiciones un tanto desencajadas que dominan los instantes en que el personaje interpretado por Caleb Landry Jones aparece en pantalla, espoleadas por un esteticismo que sugiere su máximo desenfreno y hasta se ampara en colores más estridentes—. Así, la distancia que suscita el relato entre los ejes que conformarán el nuevo rumbo de Richie, no queda reflejada como contraste del mismo, sino más bien como choque ineludible entre la propuesta de una nueva vida y los restos adquiridos de lo que se pretende dejar atrás. Todo ello se refleja con mayor fuerza en un último acto donde el formato cambiante no es sino signo de una condición mutable ante las consecuencias tanto del presente como de un pasado insalvable, y en el cual el perdón —con una mirada directa, desacomplejada, sin dobles sentidos— se persona como posible redención cuando posiblemente no existía. Age Out supone, pues, un paso adelante para A.J. Edwards, especialmente en el manejo de los espacios a partir de los que retratar algo más que entornos, transmitiendo también estados, si bien en ocasiones imbuidos en exceso por esa inclinación por lo estético y visual del cineasta, siempre capaces de dotar de un sentido específico a todas y cada una de las decisiones de su protagonista.
Larga vida a la nueva carne.