Una alegoría para los hombres
El nombre de Marcelo Martinessi está por estos momentos en la boca de mucha gente. Director del laureado largometraje Las herederas, que tras levantar cosecha por los festivales del mundo ahora llega al fin a las salas de cine, ostenta una carrera como cortometrajista, además del mérito de ser, junto a otros, uno de los fundadores de la televisión pública de su país. El cine de Paraguay no tiene industria —cabe preguntarse si en verdad existe la industria en algún país latinoamericano—, y aún así, de las pocas películas que se hacen al año, de un tiempo a esta parte fueron varias las que alborotaron el avispero —Hamaca paraguaya o 7 cajas, entre otras—. Karai Norte, su cortometraje del año 2009, fue el primero de Paraguay en estrenarse en el Festival de Berlín.
Se trata de una adaptación de Arribeño del Norte, un cuento de Carlos Villagra Marsal, escritor reconocido en su país. Anclado temporalmente alrededor de la revolución sucedida a mediados del siglo pasado, el cortometraje narra el encuentro entre dos personajes, una solitaria anciana a la que hace poco le han robado todas sus pertenencias y un hombre a caballo, rebelde al parecer, en fin: parte de la violencia. La trama —que bien podría haber sido la de un cuento de Borges si hubiese nacido en Paraguay— es exquisita por su sencillez y poderosa por su capacidad de síntesis. El mal, se sabe, es humano, circular y no tiene fin. La anciana, interpretada por Lidia Vda. De Cuevas —quien no era actriz profesional—, sabe que su papel es el de quien debe aceptar y, a lo sumo, rezar que el daño sea lo menor posible, y el hombre a caballo, en la piel de Arturo Fleitas, aunque no ejerza el daño y sólo quiera algo de comida, sabe que llegará el momento de hacer valer la fuerza.
Rodado en latas de 16 mm blanco y negro, Karai Norte no sólo llama la atención por el trabajo en el apartado de la fotografía: la banda sonora juega al fuera de campo a lo largo de todo el metraje. Se advierte, en primer lugar, la llegada del hombre por el trote del caballo, lo mismo que hacia el final, antes de la resolución de la historia. El desierto, la geografía que el cine americano inventó, es el escenario perfecto para el cortometraje. Los dos personajes, a su manera, se baten a duelo. No importa tanto lo que digan sino lo que prefieran callar. Igual que en una alegoría, de qué vale ponerle nombre a las cosas. Es cierto que el cortometraje arroja uno o dos nombres propios, y que la lengua que los llama es el guaraní. Pero después de todo, Karai Norte convoca, a través de la poesía, lo universal: la maldición del hombre condenado a ser hasta la eternidad a veces quien se sirve de la violencia, otra quien la padece, y siempre, al mismo tiempo, las dos cosas.