Podría parecer una exageración, pero no cabe duda que Leave No Trace es una ‹survival movie› con todas las de la ley. Cierto es que no hay armas, tiros, acción y archienemigos por doquier, pero sin embargo, y a través del drama, si hay una lucha íntima, una confrontación del individuo contra todos los frentes posibles incluido el interior.
Más allá de la evidencia de estar ante una reivindicación de una vida aislada, más natural, incluso más humana frente a lo que solemos llamar civilización, el film de Debra Granik nos habla de las muchas guerras que el tiene que sostener el individuo como tal en nuestros días. Una guerra de muchos frentes en la que hay que socializar, adaptarse a las normas y, fundamentalmente batallar contra uno mismo si no se está de acuerdo con ello. No se trata tanto pues de poner en antena valores reaccionarios e individualistas, sino de resaltar la idea que frente a la masificación del individuo solo queda una huida (que aún así es perseguida y estigmatizada).
El mundo salvaje de Leave no Trace no está precisamente en la naturaleza. Esta sencillamente opera con naturalidad, con sus problemas, claro pero ofreciendo oportunidades, permitiendo asimilarse a su entorno. No, lo salvaje radica en ese espacio de normas sociales convencionales que obligan para poder obtener algún beneficio. Por ello hay una cierta profusión de planos donde las máquinas (helicópteros, excavadoras) son filmadas como monstruos vigilantes, devastadores. Amenazas en forma de progreso para aquellos que se desvíen del camino.
A pesar de este triste trasfondo, Leave no Trace no renuncia nunca a la belleza, a la sensibilidad del plano detalle y del panorámico, de la construcción de las relaciones, esencialmente la paterno-filial, más a través de los gestos, de las miradas y de los silencios que poniendo discursos pretenciosos al respecto de lo que está aconteciendo. Es en el poder de la mirada narrativa, de los encuentros fortuitos y de las pequeñas anécdotas como se va construyendo un mundo alternativo, quizás a veces idealizado en exceso, escondido pero existente.
Es evidente que quizás Granik toma partido de forma poco sutil. Si bien es cierto que no hallamos personajes retratados de forma totalmente negativa, si se adivina un contraste entre la frialdad burocrática de los funcionarios y una calidez y generosidad un tanto exacerbada entre los marginados que van apareciendo a lo largo del metraje.
Sí, puede que Leave No Trace no se distinga por su objetividad ni por ser un ejercicio de distancia emocional, pero en su debe está el hecho de que todo ello no reside en su planteamiento como film. La voluntad, firmemente conseguida, es la de crear un canto, una elegía que sea a la vez epopeya vital, elogio de la auto-marginación y exaltación de valores individuales (que no individualistas) frente a un mundo que nos tiene constreñidos a base de convenciones. Quizás nada mejor para definirlo que el último plano del film, donde la araña lucha por salir de la propia red que ha tejido, intentando acceder a un mundo de belleza que la rodea y que sin embargo parece imposible de alcanzar.