Kiarostami insiste, y continúa llegando más lejos y obteniendo mejores resultados que muchos otros realizadores esforzándose el doble que él. Insiste en su náusea por capturar en cada fotograma el tiempo real de nuestra existencia. Insiste en recoger hasta la última pizca de lo inaprensible, de lo insondable de cada partícula que nos da forma.
Constante analista del lenguaje cinematográfico, sus propuestas formales se ensanchan y se dilatan manteniendo el riesgo de su juego a todo o nada. Sus criaturas continúan percibiéndose como un desdoblamiento de sí mismo, pues tanto ellas como él buscan un guía en el camino, una orientación entre tanto desorden (Tokyo simbólico), una justificación lógica que nos induzca a comprender por qué los segundos pasan y mueren a nuestro alrededor.
El cine del iraní, para los que ya lo conocen de buena mano, persiste en su criterio de ‘envasado al vacío’. Plúmbeo e inane, dirán unos. Reflexivo y trascendente, dirán otros. Shirin anticipaba el límite de sus propuestas narrativas, su salto sin red, la manifestación más febril de su amor a la contingencia más extrema. Like Someone in Love continúa por ese camino.
El comienzo y la finalización de las historias que cuenta, puestas consecuentemente en unos personajes y escenarios concretos, actúan como meras coartadas arbitrarias ante la constante pretensión de su director. A Kiarostami nunca le ha interesado dónde se sitúa el comienzo y el final de su relato. Le interesa más bien qué ocurre en medio, y cómo ocurre. Por encima del pacto de ficción narrativa que espectador y autor deben aceptar, el iraní nos propone en sus películas la presencia de aquello que pasa por nuestro alrededor constantemente y de vez en cuando nos paramos a reflexionar: la vida real.
Hablar de provocación como germen seminal del cine o simplemente de alteración a las conciencias es un concepto íntimamente ligado al testimonio, que es lo que nos ha propuesto Kiarostami desde siempre y continúa haciéndolo con Like Someone in Love. Más allá de conceptos teóricos, planos secuencia eternamente estáticos y tiempos esculpidos a golpes psicotécnicos del camarógrafo, el iraní nos pide que aceptemos que el testimonio conlleva preocupación por la sinceridad y de que ser testigo implica responsabilizarse por la verdad.
El género testimonial en sus películas puede producir un notable efecto de realidad y provocar la sensación de experimentar lo real. No se trataría de una interpretación de la realidad codificada por una conversión simbólica. En este sentido, sus películas de yuxtaposición metafílmica han sufrido un ligero desgaste temporal. Se trata de una auténtica huella de lo real, de lo inaprensible e inexpresable que se lo vislumbrar en la elección de cada plano. Ese trazo natural permite refrendar la autenticidad de la imagen registrada, hallarla como espectador e incluso reajustarse, si es necesario, a la realidad fenomenológica más autosuficiente.
Kiarostami acude a la unión de diversas entidades expresivas formales y nos sugiere que existe el convencimiento de que la ficción permite ahondar más en la realidad desde un punto de vista analítico. De ahí la utilización constante de sus particulares abstracciones: la ruptura con el planteamiento clásico que asegura que toda causa en los sucesos tiene un efecto, la constante sensación de demora narrativa que no conduce a ninguna parte, a pesar de que los personajes se trasladen (y tampoco lo hacen mucho).
El iraní no filma simplemente películas: trata de captar esencias a través de ellas. Rechaza lo superfluo, se deshace de imposturas y abalorios, echa el cerrojo a la platea y nos muestra, simplemente, el hueso de la existencia como línea recta vertical. Un constante divagar entre el quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, puestos al servicio de una prostituta y un anciano. Unos encontrarán belleza, otros hastío. Yo insisto en que mi interés por su obra no radica tanto en la figura (la prostitución y la vejez) como en el fondo (la reflexión, la comprensión y el amor).
Y es que la pedrada mental que lleva gastando y gestando Kiarostami durante toda su carrera como cineasta no se me hace cansina y ni cargante. Al contrario, percibo a un autor en constante preocupación por los cambios que sufre el mundo, anticipándose a los nuevos deseos y anhelos que piden sus personajes. Actualizando los criterios de sus procesos creativos para que estos no queden añejos y caducos (las diferencias intergeneracionales y la lucha de fuerzas de sus representantes ocurrían en Koker y siguen ocurriendo en Tokyo).
Curiosa resulta, de nuevo, su puesta en escena decididamente afrancesada tras Copie Conforme, ayudada por una partitura musical elegantísima. De lo mejor que se puede escuchar en toda su filmografía.
¡Qué ganas de ver la nueva película de este genio!
Excelente reseña, como siempre. Ortografía impoluta en todo momento, una capacidad de síntesis destacable por encima del resto de, eso sí, también muy bien llevados factores, y resulta amena e informativa a partes generosamente repartidas en igual medida. Bravo, dado que solo he encontrado en toda tu crítica un único segmento que me ha parecido mejorable, y es por utilizar en la misma frase “realidad” y “real”, habiendo sinónimos que podrían haber suplido perfectamente la primera o segunda ocasión (verídico, verdadero, auténtico, existente, etc.), a no ser que lo que buscases fuese establecer un símil entre ambas palabras a modo de conjunción literaria, en cuyo caso ya no me meto. La frase en cuestión es la siguiente:
“El género testimonial en sus películas puede producir un notable efecto de realidad y provocar la sensación de experimentar lo real”.
Sobre el film no soy un apasionado del cine iraní, por no decir que he visto tres películas contadas y ninguna más, pero me consta que hay títulos muy buenos de esa procedencia, y que muchos de ellos son de visionado casi obligatorio. Gracias a tu reseña veré si puedo ponerme las pilas próximamente, y echar una ojeada a la filmografía de Abbas Kiarostami, sabiendo por tu texto que hay algo bueno esperándome en sus obras. Gran trabajo, sigue así, un saludo.