Tras su mirada crítica al colonialismo desde una perspectiva autobiográfica en Chocolat y una incursión en el mundillo turbio de las peleas de gallos con S’en fout la mort, la tercera película de Claire Denis cambia aparentemente de tercio al construir una narración de historias cruzadas de personajes marginales, con una particularidad: la cinta está basada en la vida de Thierry Paulin, el célebre asaltante y asesino en serie de ancianas que actuaba en los años 80 en París, estigmatizado en vida por su raza y sexualidad, y fallecido por causa del SIDA antes de rendir cuenta por sus crímenes.
Sin embargo, decir que J’ai pas sommeil va de la figura como criminal de Paulin (en la ficción, Camille) sería un error de base, porque en modo alguno es así. Camille es uno más de los varios personajes que nos muestran esa visión poco glamorizada de la sociedad parisina, y no es de hecho hasta bien avanzada la trama cuando la película muestra sus actos de manera explícita, quedando los asesinatos en un segundo plano durante el resto de la cinta, en una alerta en la radio o en el noticiario televisivo. No sería de hecho justo y probablemente en absoluto congruente con la intención de Denis reducir la película a esto, pasando de largo por retratos situacionales y enfoques en personajes que dan una visión lúcida tanto de cómo funciona esa sociedad en su conjunto como de la situación emocional individual de cada uno de ellos.
Pero no vamos a engañarnos, es el elemento más atractivo y sin duda el más llamativo, al que hasta el póster hace referencia explícita. Y lo es por varios motivos que ahondan en la personalidad autoral de su directora, en su forma de tratar este tipo de eventos y en cómo los integra en el global. Como ya he adelantado, la misma estructura de la historia desafía la relevancia dramática que en teoría debería tener al mantenerlo como un elemento de fondo la mayor parte del tiempo, ofreciendo de paso una cierta visión divertida sobre el escaso alarmismo de la sociedad que nos presenta frente a los asesinatos que se van sucediendo. Añadido a ello, encontramos el propio enfoque en Camille, que se sale de lo convencional. Una discusión precede la escena en que nos revela sus actos acompañado de su cómplice y pareja, mientras la siguiente secuencia transcurre en su fiesta de cumpleaños.
La cuestión es que Denis rueda y encuadra todo esto bajo la misma mirada cercana y empática. Hecho especialmente importante en el discurso de la película porque señala que los asesinatos son una faceta más de la cotidianeidad de Camille, y que no merecen un mayor subrayado que cualquier otro momento. Mostrarlo como un asesino no sólo no está reñido con mostrar sus relaciones sentimentales, los momentos relajados con sus familiares u otras preocupaciones mundanas: forma parte todo del mismo conjunto que compone su personalidad. No pretende dar un shock al espectador como harían otros directores, ni satirizar sobre la aparente normalidad que esconde a un monstruo sediento de sangre. No dramatiza de manera obvia y exagerada, ni ofrece un relato aséptico y frío. No arremete contra el personaje ni utiliza lo narrado anteriormente para justificar sus actos. Simplemente los comete. Forman parte de él. Y lo vemos con el mismo enfoque esencialmente respetuoso, a una distancia adecuada para captar sus emociones sin injerir en ellas.
Y es que si en algo me parece que destaca esta directora, y que alcanza un exponente notorio aquí, es por su capacidad de emplazar la cámara de forma que la narración visual siga a sus personajes dejando que se expresen libremente, pero sin perder por ello la empatía. Este equilibrio es especialmente notable en Camille debido a lo extremo de dicho personaje, pero también lo vemos en la inadaptación de Daiga o en el conflicto matrimonial de Théo, ofreciendo ambos tramas paralelas igual de interesantes y absorbentes por sí solas e intersecadas también con habilidad. Añadiendo a este buen hacer desde la narrativa cinematográfica está el excelente uso de la banda sonora, otra faceta en la que creo que destaca especialmente y que si ya aquí es digna de alabanza, es aún más fascinante en US Go Home del mismo año, en la que la música adquiere más importancia en el argumento por su condición diegética.
Debo decir que estoy todavía a medio camino en la exploración de la obra de Claire Denis y prácticamente sólo puedo hablar con propiedad de estos primeros pasos en su carrera, sin inferir en cómo se traslada la personalidad que muestra en éstos a su cine posterior. Pero lo que llevo visto de ella me parece de gran nivel y la que nos ocupa en este caso particular, J’ai pas sommeil, es una excelente película con una fuerte personalidad autoral, que pasa descaradamente de largo por sensiblerías y maniqueísmos, que se siente además libre de los vicios aleccionadores de muchos otros exponentes del cine social y de las historias centradas en personajes marginales, pero que es en cualquier caso emotiva, humana, y muestra empatía y aprecio por aquellos a quienes retrata, no en un tono exculpatorio, sino de respeto por la integridad de su retrato emocional, con todos sus claroscuros. En esta cinta emerge una visión narrativa única, libre en su enfoque y estimulante en su exploración de otras vías para contar sus historias, pero sin dejar en último término de ser honesta y, sobre todo, coherente con lo que quiere contar.