Hay tantos modos de afrontar el duelo como personas existen en este mundo, y que alguien se atreva a decir que alguno de los métodos que elegimos es el normalizado. Esto podría basarse en que somos, por naturaleza, más raros de lo que aparentamos, algo que sabemos esconder con mayor o menor gracia y que define cómo afrontamos la tristeza en la intimidad ante la pérdida.
Gracias a la animación, muchos directores han conseguido materializar emociones, darles forma y color aprovechando un formato que no tiene barreras a la hora de imaginar y plasmar más allá de los límites creativos de cada uno, y parece que Lucrèce Andreae no colecciona obstáculos a la hora de recrearlos. Aunque la he ido descubriendo de modo regresivo, sus primeros cortos (muy muy cortos) ya mostraban este afán por dar sentido visual a los impulsos; lo podemos ver en Cocon, con el clarísimo dolor físico que implica el paso de la infancia a la adolescencia donde emplea el collage y el stop-motion, también en Les mots de la carpe, donde a partir de un rápido y sucio bocetado, sin apenas marcar dibujos consigue replicar con humor actitudes sociales a partir de una sesión de citas rápidas.
Aunque en el estilo visual nada tengan que ver unos con otros, hay algo a lo que la directora es fiel: un estilo siempre ácido y opaco con el que relatar actitudes y reacciones, valiéndose de una desbordante inventiva que nos lleva a Pépé le morse, una magnífica pieza con capacidad para divertir y sorprender a partes iguales.
Con un uso de la imagen más cuidado y convencional (no precisamente por lo que ocurre) nos sumerge en un espacio lleno de azules, grises y ocres verdosos adecuados para la tristeza de una despedida, pero que se contraponen con el estilo de vida de aquel a quien van a despedir. Se habla de los «hombres morsa», ancianos tanoréxicos que podemos encontrar en cualquier playa —con un físico más parecido a una pasa que a lo que se espera de un viejecito que disfruta de su merecido descanso—, para situarnos en el viaje de una familia que visita el último lugar donde se pudo encontrar al abuelo.
Personalidades marcadas y distancia entre los modos de afrontar el día, nos llevan de pronto a desbaratar la historia, entre ataque de nervios y sopor, para que cada personaje se enfrente a su modo a este adiós, y lo hace aferrándose a la oscura magia de la naturaleza que nos ofrece ese imprescindible perfil simbólico de la vida y la muerte, consiguiendo materializar con inesperados giros la presencia del homenajeado. Llamativa y muy perfilada, la historia —aunque breve— no se deja un solo detalle para resultar redonda y aún así nos deja percibir su frescura en sus diálogos cargados de histrionismo y cotidianidad. Lo que viene siendo un día de adiós a los muertos.
Rodeado de premios, no es de extrañar que Pépé le morse haya conectado con el público, la empatía con las rarezas de su narración nos condena a entendernos.
Podéis ver el cortometraje completo aquí (por el momento).