El documental Flesh Memory de Jacky Goldberg es un retrato personal que se adentra en la vida cotidiana de Finley Blake, una mujer en torno a la treintena que trabaja en su casa como ‹camgirl›, al tiempo que maneja una situación familiar complicada tras su divorcio y los trámites y disputas por la custodia de su hijo. A lo largo del mismo vemos a Finley compartiendo momentos con su hijo, reflexionando sobre su vida, o realizando todo tipo de performances relacionadas con su trabajo.
La cinta está rodada de una forma pretendidamente naturalista, primando la expresión de Finley por encima de todo. Sin voz en off que guíe al espectador y con un uso contenido —plano, podría decirse— de los recursos visuales, con mucho encuadre fijo, parece que su intención es siempre mantener un enfoque objetivo y distanciado. El problema en ese sentido y de una forma que afecta a la credibilidad de todo el filme es que, realmente, no lo es. Y no lo es por el sencillo motivo de que en su estructura narrativa, en qué momentos decide fijar su atención y en cómo establece la concatenación de acontecimientos, hay un discurso que no puede evitar esconder. Considero que no hay por qué evitar el posicionamiento en un documental, pero la pose objetiva cuando realmente no hay un intento de mantenerla hace más mal que bien, y éste es el caso de la obra que nos ocupa.
Teniendo en cuenta este reparo a nivel de la misma premisa, Flesh Memory es con todo un retrato interesante y medianamente competente, que deja espacio para observar a su protagonista en diferentes situaciones. Se puede, incluso, pasar por alto la naturaleza algo burda de la cinta al contraponer su vida familiar y sus preocupaciones más mundanas con la naturaleza erótica de sus performances, ya que en la mayoría de los casos maneja bien este contraste, aunque en ciertos momentos parezca demasiado patente esta intención de mostrar el choque. Pese a ser algo en lo que podría haber caído fácilmente, lo cierto es que mantiene bastante bien el tipo y las múltiples escenas en las que vemos a Finley chateando, manteniendo conversaciones eróticas o grabándose en posiciones sugerentes son sin duda las que más se benefician de la pretensión de sobriedad y visión objetiva, adquiriendo un atractivo en cierto modo divertido porque somos conscientes de la actuación y de la contraposición entre su excitación fingida y sus emociones reales, y lleva este contraste a buen puerto aunque en ocasiones la cámara se encante en exceso mostrándolo con un plano fjo sostenido en el tiempo, incidiendo además en la escasez de medios del documental.
De hecho, es curiosamente en las escenas que no giran alrededor de su trabajo donde la película se siente más invasiva, aunque ciertamente también es donde logra un mayor empaque emocional. Pienso en particular en la larga escena de la conversación por videollamada, que desnuda emocionalmente a Finley y expone al completo su forma de ser, y que es sin duda la secuencia más íntima y tal vez la más conseguida, aunque también, en cierto modo, la menos respetuosa con la distancia que pretende mantener el documental, y por ello tal vez produce un efecto chocante, como de no pertenencia al continuo que trata de desarrollar en el punto de vista que adopta Goldberg.
En general Flesh Memory no destaca en exceso. No tiene una premisa particularmente lúcida, de hecho casi parece que tenga que remar a su voluntad y esto limita mucho el alcance emocional e intimista de la obra, y tampoco alcanza una sofisticación suficiente en ejecución. Es un producto mediano y mediocre que se contenta con tener una cierta inspiración para no hacer exhibicionismo de una temática sexual, que si logra armar momentos emotivos es más por lo que deja traslucir de la personalidad de su protagonista que por su puesta en escena, y que a nivel discursivo es demasiado evidente y, al mismo tiempo, demasiado liviana y superficial.