«Ma l’ animale che mi porto dentro
Non mi fa vivere felice mai
Si prende tutto anche il caffè
Mi rende schiavo delle mie passioni
E non si arrende mai e non sa attendere
E l’ animale che mi porto dentro vuole te»
L’animale, Franco Battiato
El lenguaje fomenta trabas cuando no hay decisión a la hora de pronunciar con claridad a viva voz lo que uno no puede analizar mentalmente. En la película, Katharina Muckstein parece que lo tiene todo enfocado cuando decide que L’animale, la canción de Franco Battiato, sea veladamente el centro de este pequeño universo.
El lenguaje físico: Mati se prueba un vestido rosa, ejemplo perfecto ante ese paso atroz que muchas muchachas deben pasar en su adolescencia. «Pronto querrás gustar» (dicen) y te envuelven en celofán rosa para confirmarlo. Esta imagen nos evoca los principios de la adolescencia, cuando agarras todavía con la mano libre una muñeca mientras te empujan hacia «cosas de mayores», pero este paso lo hemos perdido en esta historia: Mati está a punto de terminar el instituto. Es ese otro momento incómodo de juventud, uno previo a cambios pavorosos, al que L’animale nos enfrenta, y lo hace con una joven que pasa su tiempo con otros chicos, vacilando y compitiendo con su moto de motocross. En el mundo del monosílabo adolescente, el cuerpo es el que rige los contactos. Les vemos enfrentarse con las motos, dibujar círculos enfundados en sus protectores y cascos dando gas al vehículo, como si estuvieran bailando. También se desfogan en la discoteca, se mueven descontrolados bajo luces de neón enfrentándose como puros fanfarrones desubicados. De un modo u otro encuentran en el baile la forma de soltar todo lo que guardan dentro, es como se comunican. Pero no solo los jóvenes están desubicados. Como un anexo conocemos a los padres de Mati, que también se comunican físicamente con otros, ante la incapacidad de hablar de sus verdaderos sentimientos.
El lenguaje lírico: Para dirigir esos cuerpos cimentando su comunicación corporal, Muckstein se apoya en la música. Puestos a no hablar, una discoteca (azul, fría) es el lugar perfecto para, a ritmo de electrónica, tensar cuerpos. Son estos los momentos en que más testosterona mal entendida se muestra, posicionando a Mati en el lado incómodo. Más integrada se siente entre el ruido de las motos. Pero están las miradas furtivas entre el tintineo de las botellas en el supermercado, el sonido industrial de una obra en construcción, la vaquería y, por encima de todo, el silencio en el que se mueven los personajes. Nada como el silencio para asomar a través de los ojos muchas verdades. Para cada escenario y cada cuerpo, un sonido personalizado que evoque su (futuro) lugar en el mundo.
El lenguaje escrito: Cuando el escenario es el instituto sí hay palabra y, por tanto, diálogo. Insiste una profesora en que deben aprender a analizar, a pensar, que el mundo de ahí afuera no les está esperando, son ellos los que deben entrar. Vemos cómo Mati va mutando su interés por la literatura que utiliza la profesora para interrogarles por la vida. Son unas pocas escenas, pero gritan las dudas que se van generando en la cabeza de la protagonista, sirven de transición.
Pero como animales, es el lenguaje más instintivo el que nos mueve a base de impulsos. Todos los presentes muestran rasgos salvajes, desde comportamientos brutos llegados por estímulos físicos (de carácter violento o sexual) a los más cercanos, casi felinos, con lo que en ocasiones parecen entenderse las personas ancladas en el mundo que nos presenta L’animale. Y mezcla todos esos modos de interpretar el lenguaje para sacar una nueva ‹coming of age› que no habla tanto de la homosexualidad o de conocerse a uno mismo, lo que hace es volver tierna la coraza con la que se afronta la vida muchas veces.
La posición del animal en el grupo, donde hacerse notar. La situación del animal desvalido en solitario, cuando no tiene ante quien fingir.