¿Quieres bailar conmigo?
Este es el espíritu de Perdidos en París, la primera película que hacen mano a mano los cómicos Dominique Abel y Fiona Gordon (sin la presencia de su fiel escudero Bruno Romy, con el que elucubraron ocurrencias en anteriores proyectos), pareja que se atreve a abrazar con mucha fuerza el humor elaborado con el cuerpo, trabajando cada músculo para forzar la mueca que avanza la sonrisa. Ni uno se dejan dormido.
Con teatro y color nos topamos nada más poner un pie en el film, donde las calles de París son el escenario perfecto en el que perder, literalmente, a sus personajes. Delgada de extremidades infinitas, Fiona se pasea mochila al hombro y bandera canadiense para enfrentarse sin sorpresa alguna a cada infortunio que se topa en el camino. Algo parecido ocurre con Dom, que a través de casualidades va afianzando su presencia en escena con la actitud del que a todo le da igual. Y Martha, una Emmanuelle Riva que pudo disfrutar en una de sus últimas apariciones (si no la última) de diversión y pillería con ese gusto por lo entrañable.
Algo tan sencillo como los colores de las prendas con que viste a los personajes para diferenciarlos en ese bote de bolígrafos parejos que es la gran ciudad ya les da una forma distintiva, en una película donde los diálogos son cortos y transitorios. Lo cierto es que pocos minutos hicieron falta para acordarme de lo que transmitía Jacques Tati en sus trabajos, que a su vez era reflejo del humor que gastaban los clásicos en la época muda, un homenaje a los “payasos de la tele” que con sus amaneramientos, caídas y bailes hacían que la gente rodara por el suelo de la risa; la más pura esencia del slapstick. Aún así se distingue en los directores un estilo muy personal, una huella que define su forma de interpretar la comedia y el drama.
Abel & Gordon, dos nombres inseparables, hacen de sus encuentros una agradable secuencia de desperfectos. No es que se aferren al humor blanco, todos los presentes tienen ese punto de perdedores que les destina a la tragicomedia, pero saben aprovecharse del lenguaje y la mímica para blanquear conceptos sin dejarlos indefinidos. También se encuentra un fuerte amor por el musical, y aunque carece de los cánones estrictos del género, sí podemos disfrutar de algunas escenas donde los pies son protagonistas al ritmo de la música —el momento del restaurante y el altavoz—, danzarines expertos que nos muestran que el intercambio de movimiento entre cuerpos más idealizado que existe lo saben manejar con ingenio.
Es tan sencilla Perdidos en París, que poco metraje necesita para completar su búsqueda, sabiendo que en el film no se hace más que reformular el clásico romance con los excesos cromáticos de su lado, con el absurdo como apoyo para dar forma a cada situación disparatada que acontece y con un río Sena cómplice a pies de la Torre Eiffel para reunir de un modo u otro a los náufragos de París. Transparente, alocada y brillante, una comedia sin complicaciones que confirma la complicidad entre Dominique Abel y Fiona Gordon, que parecen encontrarse en casa cuando se cruzan el uno con el otro para sacar una simple sonrisa. A veces al cine no se le necesita pedir mucho más para destacar y dejarnos descansar.