El punto de partida del filme es el interés en el baile que nace en Eugenio (Marco Calvo), su protagonista, adulto mayor que fuera un reconocido futbolista de su país durante los años setenta. Un evento en una final del campeonato nacional costarricense marcó su vida para siempre, no solo en el ámbito deportivo sino personal, a tal punto que su apodo “Gacela”, termina incomodándole, y por ende, lo reniega.
El objetivo real de esta atracción por el baile es porque comienza a fijarse en Carmen (Vicky Montero), una señora que como él, acude a estos espacios de distracción para personas de la tercera edad. Alrededor de esta sencilla trama, Iván Porras teje una historia no muy novedosa pero si muy bien contada, donde la comedia y el drama se sirven en partes iguales.
El realizador novel se centra en la población adulta mayor, retrata elementos bastante fidedignos de la vida de estas personas. Estos espacios donde asisten para llevar distintos cursos y actividades recreativas, en un momento de la vida donde se sabe que lamentablemente, mucha de esta población es dejada de lado por sus familiares, incluso lo vemos en el protagonista, quien vive solo y únicamente vela por él su sobrina Marina (María José Callejas).
En una secuencia se deja entrever la existencia de un hijo, el padre de Marina, pero este está ausente a lo largo del filme. Aunado a este tema de la soledad el no tener pareja y cómo afrontar la muerte, son también elementos que incluso por momentos dentro del relato se presentan unidos; el primero es evidente, es la génesis que da la historia de la película, pero además se ve en otros personajes como el de Daniel (Patricio Arenas), el instructor del baile.
Esto refuerza la idea de que realmente El baile de la gacela ofrece un muy buen estudio de personajes de parte del trío protagonista, la pareja de Eugenio y Carmen, además del ya mencionado Daniel. Los tres tienen un pasado y constantemente se nos ofrecen pistas sobre este, esto sin duda guía el devenir de la historia en el presente. Sucesos que los han marcado de una u otra forma diferentes, claro está, como diferentes son estos entrañables personajes.
Otro punto muy valioso del largometraje es como toca de forma sutil pero muy bien manejada un tema “tabú” dentro de la sociedad costarricense, este es el de la homosexualidad en las personas adultas mayores. Aquí tenemos un personaje abiertamente gay que es pilar fundamental del relato, quien en ciertos momentos siente las miradas y comentarios inquisidores de quienes lo juzgan por sus preferencias, afortunadamente, sin dar un discurso vacío o panfletario, la forma en como el tema es tratado es serio y bastante bien conseguido.
El baile de la gacela termina siendo un producto bastante agradable, divertido y trágico por parte iguales, no exenta de fallos de guion, como por ejemplo la resolución sencilla en un punto muy álgido cuando se enfrentan Eugenio y Daniel; o la presencia de personajes chabacanos con chistes vulgares y simples para dar la risa fácil, como es Alejandro (Álvaro Marenco).
Un buen debut para un realizador al que hay que seguirle la pista, más que merecido el Golden Zenith a mejor Ópera prima de ficción en el Festival du Film de Montréal.