Para un niño la familia que se elige, los amigos, alcanza una dimensión no sólo de igual magnitud que la familia en la que tiene la buena o mala suerte de crecer. Los vínculos que se crean hasta la adolescencia moldean la identidad y configuran el mundo de los jóvenes de manera absoluta. Su propio punto de vista se fusiona con el relato colectivo de sus pares que puede corresponder o no a distintos grados de representación de la realidad. Algo que es el núcleo de Winter Flies (Olmo Omerzu) a través de una historia estructurada como ‹road movie› sobre la que encaja la huida de dos adolescentes cruzando el país con un destino incierto. Una evasión de su presente en la que transitan físicamente por paisajes grises y fríos mientras proyectan sus sueños y fantasías en un futuro que para ellos lo puede contener todo. La ausencia de los progenitores de ambos es una cuestión que ni siquiera aborda el director, dejando claro su falta de interés y las motivaciones que impulsan a sus protagonistas. Unos actores debutantes que incorporaron una incuestionable espontaneidad a los personajes a través del proceso de ensayos previos al rodaje, pero que también su director ha sabido adaptar a sus intenciones discursivas fusionando ficción y realidad para intensificar la autenticidad que logra capturar con la cámara.
Entre dos narraciones se alterna la línea argumental, pasando de la comprensiva mirada del propio film sobre las peripecias de estos dos chicos diametralmente opuestos en su postura frente al mundo —uno inmaduro e inexperto, el otro curtido y con experiencia suficiente para saber qué esperar aunque se autoengañe— a las declaraciones que le va sonsacando la oficial de policía en unas dependencias a Mára. Durante su metraje aquí aparecerá y desarrollará la resistencia y el desafío a una autoridad que no reconoce, identificándola con ese fuera de campo en el que se encuentran los que serían los adultos responsables de su hipotético bienestar. En la negación a cooperar se concentra su rencor y desconfianza ante unos padres irresponsables y una sociedad que se desentiende de los problemas que experimenta y que además siente le han abandonado a su suerte. La narración no fiable parece impregnar tanto sus respuestas como la expresión visual de las mismas, pero Omerzu deja a interpretación del espectador qué elementos considerar verosímiles y cuáles son inventados o manipulados por el propio chaval aunque encierren una verdad inherente al sentido en que son alterados mientras los detalla.
De hecho la aparición de detalles propios del realismo mágico permiten cuestionar precisamente la perspectiva que está siendo usada en la cinta, que indudablemente es la del mismo adolescente. Así se explican los momentos de máxima expresión de caballerosidad en su interacción con una joven que se encuentran por el camino frente a su colega de aventuras Heduš, impaciente, impulsivo, bocazas y con una evidente muestra de inseguridad incapaz de disimular. Los paisajes que atraviesan por la carretera, los campos y bosques que sirven de testigo a sus conversaciones en el coche o durante los momentos de tranquilidad en sus pausas en el viaje son un recurso más que el director utiliza para destacar los valores de compañerismo y afecto que se crean entre los dos personajes principales. Lo riguroso del clima y los colores apagados contrastan con sus temas de discusión, enlazados directamente por sus aspiraciones en el amor, el sexo o sus aspiraciones profesionales influidas por una idea de masculinidad anacrónica de la que no se han emancipado todavía por el evidente proceso inacabado de maduración en el que están inmersos —y por el que crisis a crisis son todavía incapaces de asumir decisiones que conecten con la persona en la que están convirtiéndose—. Winter Flies se configura así como un cuento de hadas moderno contado por su propio protagonista, que se construye sobre la marcha hacia un final desconocido y siempre inconcluso que le pueda servir de evasión de una realidad y responsabilidades que rechaza para poder sobrevivir en ella.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.