A Yellow Bird comienza con un plano de Siva, ex-convicto recién salido de la cárcel, conduciendo una furgoneta hacia un lugar incierto. Conduce sin rumbo, sobrevive. Trabaja como tamborilero de alquiler en procesiones funerarias, una labor mal pagada que, dada su personalidad sombría, le viene como anillo al dedo por tener un rostro que no refleja otra cosa que oscuridad. Siva es un hombre que se balancea entre dos polos apuestos, la ira explosiva o el sufrimiento silente, ambas motivadas por un rechazo social provocado por su origen étnico. Forma parte del 7% de la población india singapurense que vive en China. Una noche defiende a una prostituta, Chen Chen, de la humillación y agresión de un hombre quien, tras negarse a pagarla, la insulta y desestima. A partir de ese momento, Siva se convierte en su guardaespaldas personal cuando ella acude al burdel siniestro donde hace sus rondas. Ambos personajes han forjado sus cuerpos, sus vidas, a través de la opresión. Ella, por su estatus de trabajadora ilegal, es considerada una intrusa, al igual que Siva, cuyos rasgos, origen y estancia en prisión le reservan un lugar poco privilegiado dentro de la estructura social china, refiriéndose a él despectivamente como “black ghost/fantasma negro” o “indio”.
El retrato que realiza el director K. Rajagopal, cuya A Yellow Bird es su segunda película y entró de cabeza en la sección paralela de Un certain regard en Cannes hace ya dos años, de estos dos individuos está lejos de ser liberador, ni siquiera pretende empatizar con ellos. Hay un encorsetamiento en la trama, en los escenarios que acaban limitándose no más que a dos en mitad de la noche, en los diálogos también y en la forma de describir la naturaleza humana en el largometraje que asfixia, llegando hasta la deshumanización al no albergar una mínima esperanza en la totalidad del metraje, no hay más que hacer alusión a la última secuencia y la desolación que retrata. En el apartado visual, tanto el realizador como su director de foto Michael Zaw construyen una atmósfera sucia, turbia, sugiriendo que la vida fuera de la cárcel no es mejor que dentro. Siva queda numerosas veces enfocado tras rejas, verjas, con fuentes de luz colocadas tras el actor, generando contraluces que desdibujan sus formas y le tornan en silueta, sin nombre. En la película, la importancia no reside en el conflicto narrativo, sino en cómo continuamente este se retrasa por causas intrínsecas al propio relato. Rajagopal nos está hablando de un hombre que constantemente huye, que evita los grandes acontecimientos aunque inevitablemente acaban viniéndole sin que haya forma de desviar sus caminos. La lentitud, incluso en el arco emocional de Savi, es forzada y necesaria. La autenticidad de A Yellow Bird reside al capturar lo que significa vivir en los márgenes de una sociedad que te ha dado la espalda hasta el punto de convertir esta experiencia en algo insoportable, tanto para el protagonista como para el propio espectador, que más que nunca es cómplice de esta historia.