Que el protagonista de la última película de Hong Sang-soo sea un poeta no parece casualidad dado el carácter diferenciador que ha sabido dar al envoltorio escénico de sus habituales historias melodramáticas. En un frígido blanco y negro se refuerza la idílica atmósfera que envuelve a los personajes que circulan por sus planos, con un núcleo argumental señalado en dos historias que irremediablemente cruzarán sus destinos: una, concebido como epicentro, la del escritor que decide encuadrar su recta final existencial en el hotel que da título a la película, donde también se dejará ver una mujer que ha sufrido un desengaño amoroso y que buscará en esta ubicación cercana al río un lugar para la remisión.
Ambientada en un gélido y nevado invierno, que da más ímpetu aún a una fotografía austera y de valores quiméricos, el realizador coreano varía el cromatismo pero no su contenido; en Hotel by the river se encuentra su personal sentido por la emotividad de los personajes, aquí con una cuidada relación paterno-filial que servirá de claro progreso narrativo, bajo conjunción de una serie de diálogos que encarnan aún más la construcción de su personaje principal. Es a través de las dialécticas donde conocemos el pasado, presente y corto futuro de este protagonista, sumido en una absoluta decadencia emocional que arrastra el fatalismo con el que la película edifica sus capas fílmicas. Las palabras que Sang-soo pone en boca de sus caracteres siguen siendo tan atrevidas como constructivas y, como marca de la casa, esclarecedoras sobre los pensamientos, percepciones y temores de quien se pasea por la pantalla.
La película apuesta fuerte a la hora de conllevar dos hilos narrativos diferenciados, opuestos entre sí, pero que de manera premeditada se unirán, sacando conclusiones en común y generando una retroalimentación sobre el conjunto de emociones que supuran sus dos protagonistas; desde el poeta decaído que decide convocar a sus hijos ante la percepción de un fin cercano hasta la mujer engullida por el desamor cimentan una película que ya en su fantasmagórico envoltorio incita a la reflexión y la sumisión del espíritu pesimista. Quedan claras las pretensiones por abarcar dos frentes, tanto las relaciones familiares como las sentimentales, jugando con las menciones a las desavenencias, uniones, achaques y emociones, aunque las repercusiones emocionales presentes de esas trabas pasadas parecen ser lo que más le preocupa al director, que no duda en aludir a dialécticas basadas en tiempos pretéritos para comprender la idiosincrasia presente de sus dos personajes matriz. Es la desesperanza la clave expositiva de cada una de las escenas que Sang-soo aquí filma bajo un paisaje tan idílico como gélido, bajo la que no se exime incluso de dotar de cierta irreverencia y cinismo, en un fino sentido del humor que, por otra parte, ya hemos visto en otras obras del autor. Pero, aún así, es fiel a su premisa y regala un tercer acto donde la tristeza encuentra su punto de descaro, llegando a una conclusión poética que ensalza un poso dramático que exorciza bajo un plano fijo y una serie de diálogos en off; no serán estas líneas las que descifren el final que Hong Sang-soo tiene preparado, inevitable, por otra parte, pero sí es digna de remarcar la manera en la que se exponen las conclusiones argumentales con una sensiblería muy perspicaz.
Puede inspirar a redundancia el mencionar el minimalismo en su mecanismo de producción o la cuidada labor del elenco actoral, pero es de obligada mención el trabajo de un sobresaliente Ki Joobong, que no sólo ofrece una interpretación repleta de texturas, sino que personifica de manera tenaz la variedad tonal con la que juega la película, premiada con el principal galardón del Festival Internacional de cine de Gijón, al igual que la labor del intérprete. Todos los elementos de Hotel by the river juegan a favor de una muestra de conflictos personales capaces de originar todo tipo de sensibilidades intensas en sus personajes; el poso poético de su representación dramática, así como la proximidad inevitable entre la historia y el espectador es algo que demuestra la capacidad narrativa de su director, asentándose como las mejores armas del cineasta coreano, inspirado aquí en una renovada estética y un bucólico tratamiento de sus obsesiones. Estas, las conocerán los habituales de su cine: la unión, la dramática separación, la capacidad emocional y la aflicción vuelven a presentarse aquí, dentro de unos atrevimientos formales que podríamos considerar como inéditos en su cine.