Saul Armendáriz lleva cerca de tres décadas de carrera profesional como un “exótico” dentro de la lucha libre mexicana —una categoría estética en la que se asumen roles que subvierten la masculinidad heteronormativa y en la que aparecen caracterizados con elementos de ‹drag›—. Con cerca de cincuenta años, Cassandro, the Exotico! (Marie Losier) sigue a este conocido luchador, el Liberace de la lucha libre, con sus reflexiones a la cámara sobre sus humildes orígenes, el descubrimiento del espectáculo que le hizo convertirse en quien es hoy, además de crear un perfil psicológico recorriendo las secuelas físicas y explorando la intimidad emocional de un personaje repleto de carisma dentro y fuera del ring. Cassandro, abiertamente homosexual, trasciende los clichés de la disciplina en la que es todo un referente y lleva con orgullo el poder otorgar dignidad a la representación de un tipo de hombre que hasta hace poco estaba excluido de ser tomado en serio. Su éxito profesional, su tránsito internacional a Estados Unidos y otros países, pero también sus problemas de adicción a las drogas y las constantes cirugías y tratamientos de recuperación a los que ha tenido que hacer frente, le han supuesto un reto que ha conseguido superar pero también ha lastrado su futuro por las enormes exigencias que supone la práctica de la lucha.
Combinando las entrevistas y el seguimiento por su rutina cotidiana, descubriendo su casa, el lugar donde se crió, los eventos en los que participa y sus labores de entrenamiento a jóvenes aspirantes somos testigos de un proceso en el que la misma relación de la directora con su sujeto de estudio va siendo cada vez más cercana. Y, al mismo tiempo, de cómo la persona de Cassandro-Saul Armendáriz se deconstruye y vemos confluir en su identidad y su máscara pública toda su historia biográfica y sus experiencias mientras las descubrimos: desde su orientación sexual hasta los abusos de los que fue víctima de niño, la difícil relación con su padre o la muerte de su madre. Lo físico, lo psicológico y emocional se combina en la propia estructura del montaje del film, añadiendo referencias a momentos importantes de su trayectoria o su vida personal, marcada por las situaciones que ha tenido que superar y su actitud ante la vida. Una actitud que le hace soportar un dolor constante provocado por las secuelas de sus lesiones y operaciones, de las que su cuerpo tiene un registro en forma de cicatrices y reconstrucciones.
El propio montaje del documental está fragmentado por todos estos aspectos que abarca y por la disruptiva inclusión del metraje de archivo de las luchas de épocas anteriores de su protagonista. Ahí vemos su arrojo, su valentía, su brutalidad y su impactante presencia y habilidad física que contrasta con sus estilismos y outfits dignos de un cantante del ‹glam›. La máscara que le ha permitido sobrevivir y triunfar contra la persona que ha salvado en conflicto permanente. Los valores y la espiritualidad frente a un hombre del espectáculo que ha dado mucho a sus seguidores y que está en riesgo de perderse a si mismo por el sufrimiento físico que le provoca la propia disciplina que le ha salvado en tantas ocasiones. En su aproximación formal la cámara en mano llevada por la propia Losier y su interacción directa con Cassandro por un lado sí que captura la sensación de estar profundizando en el conocimiento del individuo, pero por otro deja la ambigüedad de no saber qué es lo que se queda fuera de campo y de la propia edición cuando la implicación de la observadora parece tan alta como para adquirir un sesgo demasiado marcado respecto al material que ha filmado —o de la misma persona que ha registrado e investigado durante tanto tiempo—. A la vez esto le otorga de un valor humano difícil de alcanzar con una perspectiva fílmica que hubiera sido más distante y puramente observacional.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.