La imagen mental que habitualmente proyectamos sobre Jamaica es lo más parecido a una postal arquetípica. El cliché construido a base de velocistas como Usain Bolt, el reggae de Bob Marley, clima tropical y consumo constante de cannabis acaba por construir un cuadro donde la felicidad asociada a la desidia y la vida tranquila y contemplativa es el paisaje, la rutina y el hábito normal del país.
Black Mother, de Khalik Allah, funciona como una especie de contra guía turística, de pieza desmitificadora que indaga y profundiza tanto en la realidad más degradada de la isla como en su historia. El vehículo para hacerlo, sin embargo, no es el habitual documental de exposición de hechos sino que se mueve en los parámetros de la espiritualidad, de lo sensorial, de lo atmosférico. Casi a ritmo de jazz las imágenes ilustran, se contraponen o subrayan las múltiples voces en off que hablan de diversos aspectos de la vida jamaicana.
Si bien en su primer tramo parece que estamos ante un documento más bien de denuncia social, poco a poco Black Mother se va diversificando hacia otros aspectos, buscando una polifonía, un espectro más grande, que permita ofrecer una imagen más completa y rica de la diversidad jamaicana. Y es aquí donde el engranaje formal no acaba de funcionar del modo más engrasado posible. Sin duda las iteraciones, la combinación analógica-digital y los saltos entre espacio(s) y tiempo buscan crear una suerte de ritmo, una letanía hipnotizante que sumerja al espectador en la experiencia.
No obstante la hipnosis acaba por convertirse en un generador de bostezo o cuando menos de reductor de interés, sobre todo por los diversos subrayados sobre aspectos que, aun quedando suficientemente clarificados en su exposición, se insiste una y otra vez en ellos. Al final, la letanía acaba por convertirse en un ruidoso mantra que llega a exasperar y, por ende, difuminar la experiencia sensorial pretendida.
Temas como el racismo, la miseria, la prostitución, la educación o incluso las bases del rastafarismo acaban digeridas bajo el paraguas de una oración rancia, supeditándolo todo a una vía de escape de lo material vía religiosidad que reduce al mínimo cualquiera de las explicaciones históricas expuestas al inicio. La idea es pues hacer de Black Mother una metáfora vital sobre nacimiento, decadencia y muerte de una forma concreta de entender la vida, ofreciendo la resurrección solo a través de una vía muy concreta. El problema no es tanto creer en ella o no, sino el avasallamiento por el cual ésta es presentada como única alternativa viable, positiva.
La sensación final que nos deja el film es agridulce, de ser una producción cuya intencionalidad formal (arriesgada y potente) acaba por ser devorada por su intencionalidad en el mensaje. O lo que es lo mismo, que todos sus mecanismos de construcción arquitectónica no son sino una gigantesca trampa, a la manera de planta dormidera, edificada con el solo propósito de hacernos tragar su mensaje por un embudo ideológico. Es decir, que lo peor no es tanto lo que se dice sino la falta de sinceridad a la hora de abordarlo.