En 2014 tuvo lugar una revolución en Ucrania que consiguió destituir al Presidente pro-ruso Viktor Yanukovych y el derrocamiento de su gobierno, después de meses de protestas en las calles por sus políticas que alejaban al país de la esfera de la Unión Europea. La respuesta de Rusia fue anexionarse la región de Crimea con el apoyo de sectores de la población de la zona. A lo que siguió el comienzo de un conflicto armado entre el gobierno ucraniano y las fuerzas separatistas de las autodeclaradas República Popular de Donetsk y República Popular de Lugansk que sigue hasta nuestros días. Esta situación política compleja y de guerra abierta es el contexto que sirve de trasfondo a Donbass (Sergei Loznitsa). Una guerra que apenas tiene visibilidad en los medios occidentales después de cuatro años y que tiene profundas implicaciones respecto a la influencia y las ideas colonialistas y tácticas imperialistas de la actual Rusia, que aquí se retrata a través de la recreación inspirada por vídeos domésticos reales de ciudadanos de la zona.
El mismo título de la película es ya una demostración de compromiso político del director. La referencia a la parte este del país en disputa por su nomenclatura ucraniana diverge del término usado por los favorables a Rusia, que la denominan Nueva Rusia —el nombre con el que fue bautizada la región cuando fue conquistada por el Imperio Ruso en el siglo XVIII—. Todo este juego de banderas, intereses, nacionalismos, diferencias culturales se ve reflejado en una serie de escenas a modo de viñetas encadenadas que conectan a través de distintos personajes en situaciones que describen distintos ámbitos sociales, bélicos y políticos. La incautación de riqueza y posesiones para ponerlos al servicio de la guerra, el robo de ayuda humanitaria, el delirante sistema burocrático y, sobre todo, las tácticas de propaganda usadas para legitimar una lucha en la que incluso participan de forma no oficial fuerzas militares rusas. Este aspecto de utilización de la televisión para manipular la opinión pública sirve como crítica despiadada también a los colaboracionistas con la barbarie, a pesar de ser civiles víctimas de toda la maquinaria creada para apelar a las emociones más viscerales de sus compatriotas. Siguiendo con un estilo con la cámara que pasa por una distancia cómica que otorga el plano más abierto en los intercambios con políticos y el patetismo que les asigna, su insidioso enfoque en las reacciones de los individuos ante situaciones kafkianas a las que hacen frente y un trabajo de punto de vista cercano a lo documental cuando trata de reflejar actos propios de la guerra y nos sumerge en la degradación moral imperante.
La pátina satírica que otorga Loznitsa a la representación a distintos personajes es por momentos profundamente deshumanizadora, pero bien justificada por los comportamientos cínicos y los terribles actos violentos que también muestra en las zonas de máxima tensión. La incapacidad de los políticos de ver más allá de sus intereses ideológicos alejados de la realidad y del bienestar de la población civil, la miseria y el miedo en el que pasa los días gran parte de la población, la opulencia de los afines al nuevo régimen de los territorios ocupados llega a al paroxismo de la decadencia humana. Plantearse hasta qué punto es fiel el director a las piezas audiovisuales a las que hace referencia o es todo una construcción ficcional pasada por su sesgado filtro cinematográfico e ideario personal supone una duda razonable. Su afilada ironía y su sentido estético parecen querer trasladar sin más un simbolismo ya preexistente en la realidad que es difícil de seguir sin estar al tanto de los detalles concretos de la situación de su país. Esa falta de referencias específicas a las que asirse como espectadores externos sirve para capturar la misma desorientación que se vive allí, a modo de escenario de ciencia ficción distópica en el que las reglas básicas de nuestra realidad parecen haber sido subvertidas y sustituidas por una locura e histeria colectivas.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.