El horror continúa siendo una de esas vías idóneas para canalizar inquietudes pasadas en un presente que únicamente busca respuestas en las que volcar una situación emocional tan comprensible como, en ocasiones, insondable; adherida a esa irracionalidad que nos moldea como lo que somos y que se vierte en los terrores inherentes de la forma más inesperada. A ese terreno nos dirige Baghead, debut en el cortometraje del soriano Alberto Corredor galardonado en no pocos certámenes —como el CryptShow o, más recientemente, Sitges, donde logró el premio Paul Naschy—, que recurre al umbral en torno a lo desconocido propuesto en no pocas veces por el cine de terror. Un espacio donde Baghead logra sobresalir, y lo hace tanto por trasladar con acierto una idea de lo más original, como por saber concretarla y sostenerla manteniendo una cierta coherencia en relación a los códigos del formato elegido. Y es que aquello que consigue Corredor con su cortometraje, apelar a la sorpresa para arrancar una carcajada macabra, encuentra la respuesta necesaria en la sapiencia del lenguaje visual, la concreción de un ritmo capaz de dotar del magnetismo necesario a la propuesta y la consecución de una atmósfera tejida en apenas dos escenarios.
El hecho de que Baghead se cimiente desde la parcela más elemental del género sin necesidad de grandes atavíos, no resta ni mucho menos valor a un trabajo del que quizá no se atisban en la medida necesaria componentes esenciales del mismo como la puesta en escena —aunque se puedan vislumbrar detalles— o el apartado más técnico, pero no obstante arma un ejercicio sostenido en ese jugueteo con lo oculto, dispuesto esencialmente por una figura cuya caracterización otorga un inquietante poso al cortometraje. Sería injusto, por otro lado, tratar de justificar los méritos de la labor de Corredor en la disposición de un concepto al que sabe darle las vueltas necesarias, pues tanto la fotografía como su turbadora atmósfera arrojan virtudes que van más allá de la mera ocurrencia. Además, el sentido del humor presentado por el cineasta, condensado especialmente en la mala baba —inferida, eso sí, por una situación que escapa a su control y le arroja a un vacío libre de raciocinio— que destilan las decisiones del protagonista a medida que avanza Baghead, concede algo más que el conocimiento necesario con el que afrontar las necesidades del género, también forja la consecución de un tono necesario para comprender los estímulos de un horror despojado de todo sentido común.
Larga vida a la nueva carne.