Las dinámicas que emergen en las reuniones familiares son un foco de conflictos perfecto para analizar el funcionamiento de la sociedad a pequeña escala, al mismo tiempo que permite aprovechar los enfrentamientos y lealtades, mentiras y omisiones de los miembros de un mismo linaje como fuentes de un drama de posibilidades prácticamente ilimitadas. Un ejemplo paradigmático de esto sería la terrible revelación que centra el relato de Festen (Thomas Vinterberg, 1998), en la que una acusación al cabeza del clan en su fiesta de cumpleaños proporciona el catalizador para describir toda una estructura política y social de un país como Dinamarca. En Aniversarea (Dan Chisu, 2017) la fiesta de celebración de los 94 años del patriarca de la familia sirve para reunir a toda una representación de distintos ámbitos y aspectos de la Rumanía actual, enfrentada a los retos del presente mientras intenta deshacerse de los fantasmas de un pasado demasiado reciente y doloroso como para no definir casi como un aterrador espectro el futuro de todos sus ciudadanos.
Alrededor de una gran mesa, en el salón de un amplio piso del centro de Bucarest continúan todavía hasta el último momento con los preparativos del gran día. Los invitados empiezan a hacer acto de presencia con sus problemas y motivaciones para asistir al evento. En su aproximación formal la película combina largas secuencias de diálogos en grupo con un montaje de planos más cortos que fragmenta el espacio de las habitaciones adyacentes. La desconexión entre el espacio público y el privado de las charlas íntimas sirve para manejar una distancia discursiva entre el aspecto puramente político del film y una descripción de una panorámica social en la que entran los retos a los que los habitantes del país tienen que hacer frente hoy en día por los problemas todavía lastrados de épocas anteriores y el progreso marcado por su contexto en Europa. La emigración a otros países para prosperar y la naturaleza multicultural y globalizada del continente choca con la conservación de tradiciones y el respeto a las figuras que en otro tiempo fueron la autoridad moral y también material. La propuesta surge de manera falsamente espontánea: quieren que el anciano ya con poco tiempo de vida confiese sus pecados, no tanto para liberarse a si mismo del peso de sus acciones y decisiones durante su vida, sino como gesto de aceptación de una nueva realidad de la que no forma parte, de la que es un testigo silencioso esperando simplemente a acabar su tránsito en la tierra entre los vivos.
En esta propuesta parecen obvios los parecidos con otra cinta rumana reciente, Sieranevada (Cristi Puiu, 2016). Sin embargo, mientras en aquella el vehículo de la narración era el enfrentamiento constante de los miembros de la familia en sus diálogos —y se expresaban explícitamente apuntes sobre la situación política, la religión, la relación con la época comunista—, en Aniversarea se apuesta por una narrativa mucho más simbólica en el que el dilema de la confesión del patriarca es un eje sobre el que se presentan además muchas otras situaciones de dimensión moral a las que enfrentar al espectador, dejando lo político en el subtexto o manifestándose a través de algunos personajes que tienen una importancia clave en su desarrollo. Como un político corrupto o un antiguo agente de los servicios de seguridad culpables de la represión de las libertades durante la dictadura totalitaria. Porque al final de eso se trata todo, de cómo las viejas formas prevalecen bajo una supuesta apariencia de renovada democracia que encubre su supervivencia a través de la podredumbre ética que habita entre estas nuevas generaciones como parte del mismo sistema que les exige adaptarse a un mundo repleto de incertidumbres y a unos estándares que son muy distintos según la posición que se ocupe en la nueva jerarquía neoliberal.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.