En los últimos años, el cine escandinavo —y en general el de todo el norte de Europa— está tratando cada vez con más asiduidad un tema candente en algunas de estas desarrolladas sociedades: la integración de la inmigración, especialmente de los más jóvenes, y los problemas que surgen a la hora de hacer coincidir varias culturas y clases sociales en un mismo proyecto. Películas como Play (Ruben Östlund, 2011), El viaje de Nisha (Iram Haq, 2017) o la más reciente Amateurs (Gabriela Pichler, 2018) ponen de manifiesto el debate que existe en estos países sobre cómo evitar que algunos jóvenes, con orígenes diversos pero nacidos en los países de acogida de sus padres, puedan sentirse arraigados por una sociedad en donde el racismo está presente de manera sutil, escondida tras los pequeños gestos o tras las cortinas de una cabina de votación.
Es posible que no podamos incluir a Dröm Vidare (Rojda Sekersöz, 2017) en ese mismo cajón, puesto que su foco y su crítica tienen que ver más con la clase social que sobre el origen foráneo de sus protagonistas. La película de Sekersöz nos habla de Mirja, una veinteañera recién salida de la cárcel que se reúne con sus amigas de toda la vida. Las cuatro planean robar una joyería para cumplir su sueño de viajar a Montevideo. Dröm Vidare carga el peso de la trama en la actriz protagonista, Evin Ahmad, que hace un buen trabajo poniéndose en la piel de una joven conflictiva en su transición a la vida adulta.
La directora, ella misma una chica joven de orígenes turcos, habla de Dröm Vidare como una película en la cual se trata la idea de la lucha de lo individual frente a lo grupal, de la importancia del entorno y de las amistades con las que creces. Pese a que Mirja busca el “buen camino” (encontrar un empleo, sentar la cabeza, etc), tanto su grupo de amigas como su familia parecen empujarla en otra dirección, evitando que atraviese una barrera invisible. Dröm Vidare empieza de una manera fresca, sorprendiendo por la desenvoltura de su protagonista y por las expectativas que genera la trama (algo así como un Ocean’s 8 working-class), pero pronto se torna previsible, convirtiéndose en una historia mil veces vista. Ello, junto a la forma de dirigir poco más que estándar de Sekersöz, acaban por conformar una película a la que le falta saber qué quiere aportar.
Quizás lo más interesante de Dröm Vidare sea una cierta idea de ‹sorority› presente en el film, una idea de unión más allá de la amistad o el compañerismo. La presencia casi exclusiva de mujeres en pantalla así parecería atestiguarlo, más allá de que algunas sean prácticamente una caricatura, ausentes de un contorno definido. Es evidente que si Sekersöz ha logrado hacer un largometraje sin haber llegado a la treintena es porque tiene mucho que decir, muchos debates que abrir y muchas voces que dar. Sin embargo, hay poco de ello en su ópera prima, una película cuya mayor crítica sería que podría haber sido hecha en cualquier momento y cualquier lugar.