Si en Under the Silver Lake el norteamericano David Robert Mitchell exponía a través de la desmitificación del símbolo una particular disyuntiva acerca de cómo estos nos han ido marcando como seres por su omnipresencia en etapas esenciales durante nuestro crecimiento, Carlos Vermut continúa merodeando sobre esos iconos en un film donde prácticamente definen a algunos de sus personajes como lo que son. Es Violeta, madre de una hija con quien emigró a la gaditana ciudad de Rota desde Madrid, y mímesis de la popular cantante Lila Cassen, el ejemplo manifiesto del modo en que el individuo se ve absorbido por el poder de una representación quimérica en este caso —dado que el personaje interpretado por Nimri lleva 10 años lejos de la canción—. El débil carácter de Violeta, condicionado por como esa imagen la consume de alguna forma, siendo con toda probabilidad la evidencia más patente la relación que mantiene con su hija, una relación de dominancia impulsada en especial por su frágil personalidad, se transforma así en un reflejo difícil de comprender, pero asumible desde el punto de vista de una vida que transita en todo momento alrededor de la figura de Lila Cassen —en una escena hasta llega a afirmar que su felicidad reside en emular a esa diva en que se transformó la cantante para ella—.
Carlos Vermut nos devuelve al particular misticismo de su universo, y en él desarrolla una maraña que sale reforzada fundamentalmente desde el apartado visual. Los cuerpos y la gestualidad se establecen como un elemento clave en Quién te cantará, desarrollando un lenguaje propio que alimenta la dualidad expuesta por el cineasta. Un hecho que no sólo se sugiere en como las manos o brazos guían —o interceden en— el recorrido de Cassen ante el planteamiento de su vuelta a los escenarios, también encuentran en el desgarrado grito interior de la protagonista una extraña correlación. Y es que al fin y al cabo, lo que propone Vermut no es sino el viaje (y encuentro) de dos personajes que, en su propio terreno, guardan una angustia que no les permite (o permitió) avanzar, vinculada incluso con una pulsión que va más lejos de la propia vida y la muerte: todo con tal de que el icono perviva, con el simple motivo de que aquella mitificación en torno a una silueta de algún modo intangible continúe siéndolo, perpetuando su esencia hasta en un panorama desfavorable, que no parece albergar otro deseo que llevarla a su fin y, por ende, destrucción.
Lo que en Quién te cantará es sostenido por el gran trabajo de cámara realizado por el autor de Diamond Flash y, sobre todo, por la presencia de una Najwa Nimri que se vuelca con su personaje e incluso sobresale por encima de la propia concepción del mismo, queda expuesto debido a un libreto que en no pocas ocasiones halla en su impostura, en la forma de llevar a extremos impensables situaciones que se revelan como el percutor idóneo para Vermut, el obstáculo primordial para que su nuevo trabajo no alcance mayores cotas. Es en la escritura de un personaje concreto —el interpretado por Natalia de Molina— donde Quién te cantará evidencia el paroxismo de unas formas —las de su guión— que no encuentran reproducción en su relato por más que lo intente —menos, cuando un momento específico de la obra, que a la postre funciona como desencadenante, se siente tan forzado—. Quién te cantará bien podría haber supuesto la confirmación de un autor mayúsculo —a juzgar por el crecimiento expuesto en Magical Girl—, que ante todo tiene el poder de saber conjugar la imagen y encontrar en ella una respuesta que, a ratos, se antoja embriagadora, pero de poco sirve cuando esa misma imagen se revela en su construcción más barroca para edificar una elipsis en forma de travelling circular que, definitivamente, nos lleva al mismo lugar donde estábamos.
Larga vida a la nueva carne.