Es incuestionable el estigma de auténtico clásico que tiene tras sus espaldas El bueno, el feo y el malo de Sergio Leone, condición que choca frontalmente con su cualidad de pertenecer a un movimiento tan en un principio denostado como el ‹Spaghetti Western›. Puede que esto sea debido a la posterior carrera de su director, considerado padre de la tendencia, la misma que revirtiendo las naturalidades del oeste norteamericano acababa procreando, dentro de una estética feísta y desvirtuada, auténticas obras de arte visualmente saturadas y destinadas comercialmente al cine de doble sesión y a circuitos minoritarios. La obra ‹spaghetti› de Leone, y más concretamente esta tercera entrega de su denominada «La trilogía del dólar», sobrepasó los límites de su mercado para situarse como una obra clave del western, simbolizando además los tropos de una vertiente cada día más reivindicada. El bueno, el feo y el malo tiene un buen puñado de escenas gloriosas, ambientadas con maestría por la música de Ennio Morricone, pero hay una que ha quedado a fuego en la memoria del aficionado: el duelo final a tres bandas, para gloria en pantalla de Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, ubicado en el llamado cementerio de Sad Hill bajo una arquitectónica muy determinada: un círculo central empedrado y rodeado con un montón de cruces. Esta inolvidable secuencia, rodada en terrenos rurales de la provincia de Burgos, ha alcanzando recientemente una gran notoriedad gracias a un acto tan pasional como admirable: el intento de restauración de lo que fue en su día el cementerio de Sad Hill, sepultado por el abandono y que acabó en un estado que hacía irreconocible la localización de una de las escenas más memorables de la historia del cine.
Desenterrando Sad Hill es un documental dirigido por Guillermo de Oliveira en el que se retrata el entusiasta trabajo de un grupo de aficionados de la obra de Leone que quisieron llevar hasta el extremo su pasión por la obra con la restauración de la ubicación. Un acto de evidente romanticismo y que se ha ido siguiendo con efusividad, dada la evidente pretensión de convertir como inmortal el hogar de una escena, y por extensión toda una obra, que resume a la perfección la poesía en movimiento que procreó Sergio Leone y que tanta emotividad ha transmitido a multitud de fans. Y, precisamente, algunos de estos aficionados se pasean por este documental como el mismísimo James Hetfield, cantante y líder de Metallica, banda que abre todos sus conciertos (fragmentos de uno de ellos, por cierto, abren y cierran esta obra) con el Ectasy of Gold de Ennio Morricone a modo de tributo a la película, expandiendo aún más su culto por todo el mundo. Pero en el recorrido de esta absoluta labor arqueológica, en el que conoceremos a sus protagonistas y todas y cada una de las partes de su misión, también asistiremos a las impresiones y recuerdos de gente involucrada en su rodaje; desde el operador de cámara Sergio Salvati al director de arte Carlos Leva, entre otros, hasta los mismísimos Ennio Morricone y Clint Eastwood. Además, diversas figuras relacionadas con el mundo del cine, apasionados de la película, como Joe Dante o Álex de la Iglesia, también dan su punto de vista tanto sobre la obra como de la labor realizada por los miembros de la Asociación cultural Sad Hill, organización impulsora de la restauración.
Desenterrando Sad Hill supone un interesante acercamiento a la pasión cinéfila y a la incipiente pasión entre los aficionados de la localización, que se transmuta con el avance del metraje en la verdadera intención del proyecto: el reivindicar El bueno, el feo y el malo como una obra universal, que trasciende mucho más allá que cualquier límite de género o mercado, y que ha sido capaz de engendrar un acto colectivo que vio su momento cumbre en el encuentro que se realizó en el restaurado Sad Hill para conmemorar el cincuenta aniversario de la película con una proyección multitudinaria de la misma. Hasta ahí llega el clímax del documental, con una pequeña sorpresa dedicada a los miembros más activos de la restauración, que es digna de descubrimiento por parte del espectador. En el acto que reunió a una enorme cantidad de personas que vieron cumplir su sueño de visionar la proyección de El bueno, el feo y el malo sentados en el mismísimo cementerio, se demuestra lo que la obra de de Oliveira defiende desde el primer fotograma: el calado inmortal del cine, así como su poder de evocación y fascinación que hace que el amor colectivo hacia el arte pueda conformar nuevos e inolvidables episodios dentro de la cultura popular.