El ser humano frente a la inclemencia de la madre naturaleza. Un avión postrado en la basta extensión del Ártico, y un personaje dejado de la mano de Dios en esa infinita y blanca superficie que se presenta ante el espectador como uno más. Esos son los principales ingredientes que maneja Joe Penna para volver su vista atrás en torno a un subgénero, el de la ‹survival movie›, que tanto éxito cosechara años ha —ahí están títulos como ¡Viven! o Náufrago para corroborarlo— y que tan pocos resultados nos ha dado en los últimos tiempos.
Puede que ese sea el motivo que lleve al debutante a tomar una decisión muy comprometida, pues no se percibe una contextualización alrededor de posibles subterfugios dramáticos que puedan asolar al protagonista. En ese sentido, y más allá de ciertos detalles cuasi testimoniales, apenas conocemos al hombre preso en medio del nevado paraje en que se estrellará su avión. Su objetivo central, y el que percibiremos en todo momento, será el de abandonar este clima desfavorable con tal de sobrevivir a lo que parece manifestarse como una muerte segura. Joe Penna no desarrolla vínculos afectivos —lejos de la evidente empatía por la realidad del personaje y su particular destino—, y ello quizá sea el primer gran acierto de Arctic, más pendiente de construir una ficción real apoyada en pequeños gestos y puntualizaciones que de buscar bazas dramáticas en las que profundizar a conveniencia. El ‹flashback› como elemento es extirpado de una narración que no lo requiere, y en siempre es consecuente con un planteamiento que probablemente se acerca al ‹survival› puro, buscando equilibrar la crudeza de un relato que, por momentos, logra asfixiar al espectador sin necesidad de recurrir a escenas duras o escabrosas.
Si algo logra Arctic en su propósito de llevar un género estancado a terrenos fértiles, es dotar de corporeidad a un paisaje que deviene en algo más que otro personaje. Ya no se trata de si esos escenarios en los que Penna plasma las desventuras de ese piloto de avión poseen un peso específico en el film, sino del modo en como vuelve a ellos para endurecer la crónica relatada, que se embrutece entorno a los elementos primordiales de ese Ártico, enfrentando al protagonista por encima del ‹tour de force› que se le presupone; más allá de cierta voluntad férrea, también encontramos una visión terrenal cristalizada en los ojos del personaje ante esa compañera fortuita que surgirá antes de iniciar el viaje.
El correcto trabajo realizado por Joe Penna, que encuentra en la implacable belleza de los helados parajes el aliado perfecto, y en la administración de un tempo medido casi al compás del ritmo que requiere el relato, es refrendado por la labor de uno de esos actores imprescindibles de nuestro tiempo. Mads Mikkelsen, al que hemos visto crecer estos últimos años gracias a trabajos como los realizados en La caza, Después de la boda o incluso Valhalla Rising, logra con una gran interpretación trasladar al respetable al desasosiego generado por la situación vivida por el protagonista; y no lo hace a través de una actuación meramente física, de fuerza y compostura —que se podría pensar que es lo que, a priori, requiere tal rol—, también mediante la mirada de quien se sabe muerto sin el resquicio de humanidad necesario para seguir adelante.
Larga vida a la nueva carne.