A estas alturas de la película no vamos a descubrir la vocación provocadora de Lars Von Trier y, aún así, cada película que presenta se convierte por derecho propio en un ‹happening›. La expectación creada, sin embargo, parece desembocar más en ver cuál será el grado de troleo del director danés que de saber si es capaz de ofrecernos algo que realmente valga la pena. Así es como un cineasta polémico por su personalidad acaba por convertirse en un personaje devorado por su propia e inagotable ‹performance›.
The House That Jack Built, un presunto retrato de la banalidad del mal, se transforma en un panfleto donde el tema subyacente termina palideciendo ante su conversión en un monumental ‹egotrip› a la mayor gloria de su director. La broma, por así decirlo, está en la exposición de cómo lo macabro y lo maligno puede ser considerado como arte, un discurso que podría bordear lo brillante en su meta-ironía hasta que Von Trier decide que lo mejor para ilustrarlo es hablar de sí mismo. Algo que sin duda hace muy bien pero que después de tantas películas en su filmografía empieza a sonar algo gastado, como ese chiste que de tanto usarlo se convierte en broma pesada.
La provocación per se no es algo necesariamente criticable cuando el objetivo es que sea el trasfondo lo que genere dicha controversia, pero cuando finalmente la temática es adorno y excusa para venir a hablar de tu libro solo quedan dos opciones plausibles: indignarte muy fuerte o tomártelo con humor. Al final toda la desacralización de ciertos valores, toda ética pasada por el forro de los caprichos del director danés, toda imagen brutal y subversiva, toda provocación puesta en pantalla acaban por generar el efecto contrario al pretendido, es decir, como su disposición es aleatoria, no perturba sino que se posiciona en algo muy parecido a la comedia involuntaria.
Es por eso que por mucha imagen demoledora, mucho plano incontestablemente bello (dentro de la brutalidad que contiene) o mucha referencia culta que Von Trier nos escupa, todo suena tremendamente falso e irrelevante, como un espectáculo circense algo demodé cuya mayor novedad es que el ‹clown› no recibe el tartazo en la cara sino que lo lanza hacia la audiencia. ¿Shock? Puede, pero tras la segunda función uno ya sabe que ha de ir con un paraguas abierto.
En definitiva, The House That Jack Built, es otro paso más hacia la nadería de su director que, como un yonki, necesita cada vez acometer mayores burradas en pantalla con tal de satisfacer su adicción incontrolada por llamar la atención. Sí, Lars Von Trier está a un pequeño paso de convertirse en un ‹attention whore› cinematográfico de primer nivel. Se podrá argumentar que ya lo era pero siempre en base a las pretensiones mensajísticas de sus películas y no del cómo transmitirlas.
La sensación final pues es que estamos ante una enorme tomadura de pelo, una pérdida absoluta de tiempo a ratos disfrutable, a ratos tediosa y casi, siempre, absolutamente intrascendente para el planeta cine. Lo mejor que se puede hacer con ella es relegarla al olvido que merece, igual así Von Trier se esfuerza en crear (otra vez) algo que nos pueda entusiasmar o repugnar, pero que como mínimo genere una emoción que no tenga que ver con su figura y sí con su propuesta.