Producida por Hou Hsiao-hsien, uno de los padres del cine taiwanés contemporáneo, junto con Tsai Ming-liang y Edward Yang, Father to Son devuelve a Hsiao Ya-chuan a la palestra, ocho años después que estrenara su segundo largometraje Taipei Exchanges.
Utilizando la incomunicación familiar como metonimia del conflicto generacional de su país, todavía asediado por los fantasmas de su pasado bajo el yugo del imperio japonés, Ya-chuan despliega su aparato formal alrededor de su protagonista: Van Pao Te, padre de una familia disfuncional, resignado a la imposibilidad de recuperar la relación con su hijo.
Combina, por un lado, el realismo propio de sus referentes más directos, la duración del plano y la profundidad de campo como máximas para captar la vibración de esas zonas urbanas desde una rigurosa distancia, casi testimonial. Por otro, el juego de discontinuidades temporales que, a través de un montaje visible, a veces un tanto abrupto, confiere al relato una dimensión especular, en la que el pasado se refleja en el presente y viceversa.
Cuando, apremiado por su grave enfermedad, Van decide partir en busca de su padre, quien lo abandonó durante su infancia, su hijo decide acompañarlo. A su vez, un joven viaja desde Hong Kong en busca de Van, con quien dice guardar algún tipo de conexión. Un retorno al pasado simbólico, con la sombra de un desenlace trágico sobre ellos, en el que los gestos de uno resuenan en el otro.
Ya en el comienzo del filme, con un sencillo corte, se enlaza la mirada vacía del protagonista con su supuesto contraplano en un preciosista blanco y negro, de dos figuras huyendo en la madrugada, en ese mismo lugar, muchos años atrás. Esta convivencia, la del flashback y la narración en presente de indicativo, atraviesa el relato y es acentuada con diferentes recursos, como el uso de la música incidental o la voz en off como subjetivación extrema. Con vehemencia, el director subvierte el espacio y el tiempo a su antojo, poblando el presente del personaje de fantasmas, presencias ausentes que le devuelven a un pasado no reconciliado. Como un flujo de memoria, los recuerdos de Van irrumpen en la pantalla, toman forma y entrecortan el aquí y el ahora.
Esta concepción circular de la historia, en la que espacios y tiempos se confunden, encierra la intención última de su director. Su mirada, externa, es la única capaz de señalar que las vidas de Van y la de su hijo corren en la misma dirección, aunque en épocas distintas y, a pesar de ello son incapaces de comunicarse, a excepción de breves momentos de intimidad; la escena del baño termal, tal vez el único contacto físico entre ambos, revela el desencanto de su relación. Impregnado de cierto pesimismo, sobre todo en su tercio final, Ya-chuan escribe la crónica de un desencuentro inevitable, motivo recurrente en el cine de asiático de las últimas décadas, entre dos generaciones. La primera, anclada en la tradición, y la segunda, completamente absorbida por la ferocidad de la globalización.