Si algo ha demostrado Peter Strickland en sus más recientes trabajos (Berberian Sound Studio, 2012; The Duke of Burgundy, 2014) es una gran capacidad para apropiarse de referencias cinematográficas de otros tiempos y construir sobre ellos un estilo autoral único y un universo personal reconocible. Algo así a la forma en que Brian de Palma hizo suya la gramática narrativa de Alfred Hitchcock para establecer sus propias reglas y rasgos visuales, manejo de la cámara y temáticas recurrentes en su filmografía. En In Fabric se parte de una madre separada de su marido y que comparte la casa con un hijo que ya está bastante crecidito como para leer libros de cómo seducir a mujeres maduras. Un vestido rojo especialmente llamativo atrae su atención en las rebajas de unos grandes almacenes y lo adquiere principalmente por las presiones de la extraña dependienta que le atiende para acudir a una cita de los Corazones Solitarios. Represión sexual y alienación capitalista emergen como las ideas principales a elaborar en un film, con los personajes sufriendo sistemáticamente la influencia de un vestido maldito, indestructible, de motivos aparentemente inescrutables.
In Fabric presenta desde sus comienzos una ambientación que se antoja clave para entender la dimensión de su discurso. La estética, los anuncios de televisión van perfilando el consumismo y la relación de sometimiento del individuo a través de los medios a la expresión cumbre de esta nueva religión: las rebajas. La decoración de la tienda, sus empleadas, los rituales secretos y la expresión pública están repletos de simbolismo que podría ser típico de cualquier grupo ocultista de una película de terror italiana de los años setenta u ochenta. Al mismo tiempo que mantiene cierta estructura de giallo, de pseudoslasher —manejando sus elementos con una coherencia radical y tomándose completamente en serio el relato—, Strickland establece una capa de humor que bascula entre la fina sátira y la más evidente parodia, buscando sin vergüenza la propia complicidad del espectador. Esta complicidad no fagocita la elaboración cuidada, rica en detalles de las secuencias. Al contrario, tienen un valor propio que se ve elevado al conectar con sus influencias a un nivel metanarrativo.
Una madre separada en busca de compañía que trabaja de empleada de un banco, un técnico de reparación de lavadoras que se va a casar con el amor de su adolescencia, a la que ha sido siempre fiel. Individuos con vidas grises, mediocres, atrapados en trabajos sin futuro que no les aporta sentido alguno a sus existencias, cumpliendo estrictamente el exagerado celo con el que les exigen seguir las normas de sus empresas. El vestido parece perpetuar las reglas de un sistema en el que tienen que encajar independientemente de sus necesidades o deseos. Como la supuesta talla 36 que sienta bien a cualquiera que tenga la mala suerte de probárselo. En el momento en que se salen de su rol son castigados sin descanso. La fuerza demoníaca de la que está insuflada la prenda lo mismo provoca una erupción en la piel, que destroza electrodomésticos o flota en el aire amenazante sobre sus dueños, indestructible ante cualquier agresión. La atmósfera misteriosa da paso con el tiempo a un progresivo delirio argumental, sin perder nunca todos los elementos presentados desde su inicio. Los sueños, las apariciones, las extrañas charlas con los jefes, la sospechosa actividad de los grandes almacenes y sus trabajadores. ¿Qué hay debajo de esta nueva iglesia moderna erigida sobre los valores tradicionales, el dinero y los ‹mass media›? Peter Strickland sabe que responder a esos enigmas en detalle estropearía lo profundamente estimulante de su propuesta, dejando que el componente psicológico de todos estos símbolos y elementos visuales, narrativos y discursivos mediaticen las posibles respuestas que seamos capaces de concebir hasta el mismo momento final del film.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.