En la previa que escribí sobre el 75th festival de Venecia comenté acerca de Olivier Assayas lo siguiente:
«Me considero profundo admirador de su obra, siendo así uno de los directores que creo que más estoy apreciando. Tanto Irma Vep (1996), como Después de mayo (2012), cinta también estrenada al festival italiano, hasta llegar a una de sus cumbres, Personal Shopper (2016), son conducidas por una mirada en continua investigación y rejuvenecimiento. Un cineasta interesado en arriesgar.»
Doubles vies (Non-Fiction) es otro de los experimentos artísticos y de investigación del prolífico director francés. Otra obra con el mismo nivel de riesgo y rigor que sus precedentes. En esta nos intenta interpelar y cuestionarnos constantemente sobre el mundo donde vivimos, una sociedad de control, vigilada por unas facilidades tecnológicas incuestionables que hacen remover constantemente nuestro presente, que nos retan sin descanso, que afectan a nuestras relaciones o las impulsa, a la vez que nos introduce en un espacio de máxima responsabilidad en relación a como la utilizamos.
Para tratar este gran tema, y como han hecho también otros filmes de Venecia como Sunset o Vox Lux, Olivier Assayas se centra en unas relaciones específicas que conviven en un entorno común: una editorial parisina, o lo que viene a ser parecido, la actualidad de la literatura y su compraventa, a la vez que su estrecho vínculo con la vida personal o las amistades.
¿Es el ‹e-book› la sustitución del libro impreso? ¿Deben las editoriales invertir más en la nueva tecnología que en la tradicional “idea de libro”? Preguntas parecidas a estas se cuestionan los personajes interpretados por Guillaume Canet y Juliette Binoche entre otros, durante los primeros minutos del metraje. Discusiones largas, donde predomina la retórica, que buscan no dar respuestas, sino preguntas. Cuestiones abiertas que tantean al espectador y este, a partir de su moral, modernidad o experiencia intenta pensar la réplica o participa en este debate sin solución ninguna.
Entre fragmentos o momentos, que nos recuerdan a Un beau soleil interieur (2017) —Assayas reconoce que quiso escribir este film gracias al impulso de el último bello filme de Claire Denis—, unos personajes que en un principio parecían secundarios van cogiendo fuerza para refrescar la trama. En especial el novelista que interpreta Vincent Macaigne, Léonard, que se encuentra en la venta de su anterior novela y en los últimos detalles de la última. El problema de Léonard es su aparente clasicismo y la estrecha línea que permanece entre sus novelas y su vida. Es en este momento cuando Assayas introduce diferentes recursos “meta” y la obra se contextualiza aún más, produciendo una borrosa estría entre mundo real y ficción.
La película, sin embargo, no se eleva hasta su tercer acto —si es que existe— en el que toda esta retórica y teoría deja paso a la frescura tan característica en sus anteriores filmes como Las horas del verano (2008), Después de mayo (2012) o la obra de Mia Hansen-Løve. Pero la transición de la pesadez a la brisa es elaborada magistralmente, introduciendo elementos constantes para que no descubras en qué momento el filme ha cambiado.