El thriller latino, un subgénero poco visitado que también creó escuela. Hoy lo queremos recordar con dos películas imprescindibles como son Procesado 1040, dirigida por Rubén W. Cavalloti en 1958 y Rosa blanca, con un incombustible Roberto Gavaldón a la cabeza, rodada en 1961. Una sesión doble cargada de nostalgia que no dejará a nadie indiferente.
Procesado 1040 (Rubén W. Cavalloti)
El thriller cinematográfico clásico tuvo características especiales en Sudamérica, especialmente en la producción que generó Argentina y que derivó en filmes de gran calidad y con una envolvente trama. Un grupo de estas cintas solían encajar en una mixtura de elementos narrativos, sea por el contexto socio cultural en el cual se desarrollaron o por determinadas concepciones artísticas.
Rebuscando en ese interesante baúl fílmico que es el cine gaucho de antaño, en donde reposan ocultas películas que merecen ser reivindicadas, destaca una producción de 1958 titulada Procesado 1040, un thriller que se conduce por la vía del melodrama sentimental y que demuestra cómo el sistema oficial es capaz de destruir la moral de un ser noble y honrado al mezclarlo con el hampa.
Un anciano decente, sencillo y muy querido por su barrio, aturdido por la alerta de un robo en un mercado, corre sin darse en cuenta atrás del ladrón… Con este hecho se inicia el filme y constituye la descripción metafórica de que ambos personajes irán, pese a su conducta social totalmente diferente, por el mismo camino cruel de ser recluidos en una cárcel en donde están los peores criminales.
A Procesado 1040 hay que interpretarlo dentro del contexto político que vivió Argentina a mediados de la década de 1950, cuando los militares derrocaron al presidente Juan Domingo Perón e instauraron una dictadura denominada “Revolución Libertadora” que incluyó la supresión de otros poderes del Estado, la violación de derechos ciudadanos, abusos policiales y una fuerte censura de prensa y de manifestaciones artísticas, entre ellas el cine.
En ese ambiente, al director del filme, el uruguayo Rubén W. Cavallotti, no le importó ser censurado y creó una obra con contenido crítico a la situación judicial de ese entonces. Para el efecto usó hechos cotidianos.
El anciano, principal protagonista del filme (interpretado por Narciso Ibáñez Menta), es arrestado por cortar una planta enredadera en una casa vecina. La policía dictaminó su culpabilidad y es procesado con el número 1040. Será encarcelado junto al “zorrito” (representado por ese gran actor uruguayo que fue Walter Vidarte), aquel joven delincuente que robó una cartera al arranque de la película.
No había defensa alguna que valga, la indignante desproporcionalidad de la aplicación de la justicia era evidente. El viejo era el reflejo de la impotencia ante un esquema estatal injusto y persecutorio. Víctima de vejaciones, agresiones y de falta de garantías, no le quedó más que desear su propia muerte.
Al interior de la cárcel, él será utilizado por un capo, que intencionalmente se hizo detener para vengarse de uno de sus compinches que no repartió el dinero de un atraco y que estaba preso. De este modo, la inocente víctima se adentra en un mundo extraño y espeluznante, que lo desubica en sus emociones y pensamientos. Su nobleza y bondad irán en su propia contra. Sin buscarlo y sin saberlo, termina siendo cómplice de un asesinato.
Dentro de ese submundo malviviente, solo el “zorrito” tendrá gestos de respeto a la dignidad de los inocentes, dentro de un esquema de construcción cinematográfica que se apega más a lo psicológico. La astucia y resignación, por frustraciones y falta de afectos, han hecho que el joven antisocial haya aprendido a burlarse de sí mismo y de los demás. Su vacío existencial es llenado por la presencia del anciano. Siente la necesidad de verlo como el padre que nunca tuvo.
Procesado 1040 se alza también como un thriller de connotaciones políticas, considerando las visiones ideológicas radicales de mediados del siglo XX. La defensa del Estado a la propiedad privada adquiere niveles extremos. Cualquier inocente incursión en espacios ajenos será severamente castigada por una institucionalidad oficial que busca ser temida.
Escrito por Victor Carvajal
Rosa blanca (Roberto Gavaldón)
Que Roberto Gavaldón es uno de los más grandes autores del cine mexicano de todos los tiempos no ofrece ningún tipo de duda. Su extensa y sólida carrera así lo atestigua, destacando en los primeros años de su fructífera trayectoria en el melodrama clásico y en el thriller de toques Hitckcockianos con un estilo muy emparentado con las grandes obras del Hollywood de los cuarenta. A finales de la llamada época del cine de oro mexicano, Gavaldón sentó cátedra con dos obras basadas en relatos del misterioso Bruno Traven: Macario que fue un rotundo éxito convirtiéndose en la primera película mexicana nominada al Oscar y Rosa Blanca una película que contaba también con Ignacio López Tarso como protagonista pero que recorrió un sendero opuesto al de su hermana.
Puesto que Rosa Blanca fue inmediatamente retirada de circulación por las autoridades mexicanas quienes vieron en ella un mensaje antisistema que podría incendiar las mentes de los espectadores. En este sentido no fue hasta 1972 cuando la cinta pudo ser recuperada siendo nominada a los Premios Ariel, alzándose López Tarso con el galardón al mejor actor.
La película apostó por narrar en un montaje en paralelo las circunstancias que acaecieron allá por los años 30 del pasado siglo, decenio en el que las grandes corporaciones petroleras estadounidenses arribaron a tierras mexicanas para expropiar terrenos dedicados al ganado y la agricultura a sus dueños, desconocedores de la existencia de petróleo en sus lindes. La fábula de Traven en la que se basa el guion del film se centra en un obstinado y tenaz campesino indígena, interpretado por López Tarso, que se negará a ceder ante la presión de los magnates petroleros estadounidenses con el fin de vender su finca, La Rosa Blanca, única porción de terreno que aún sigue virgen de las perforadoras del vecino de norte. Sin embargo, el presidente de la compañía petrolera que ansía adquirir la Rosa Blanca, un viejo pervertido por el sexo que le regala una ambiciosa joven y también por el sonido del dólar, contratará los servicios de un negociador que con ardides convencerá al personaje interpretado por Tarso para viajar a los EEUU. Una vez allí, el empresario tratará de engañar al viejo campesino para adquirir el terreno, pero la tozudez de éste último hará imposible cerrar el trato. Tan sólo mediante el asesinato lograrán su objetivo.
Rosa Blanca es una película demoledora que muestra sin censura la permisividad de la que gozaron los opulentos capitalistas del norte, seres sin escrúpulos que barrían los obstáculos que se les presentaban pasándose por el forro de los cojones cualquier tipo de norma supranacional. La cinta indaga en la debilidad legal existente, incapaz de impedir que el capitalismo más salvaje y sanguinario penetrase en la nación azteca, mostrando asimismo el desamparo de los campesinos y familias autóctonas que sacaron adelante con su sudor las plantaciones del México primitivo ante ese voraz y salvaje progreso que todo lo aniquila.
Uno de los aciertos del film es su montaje, exhibiendo por un lado la vida en la Hacienda mexicana que da título a la película, y por otro las artimañas ideadas en los despachos de la petrolera que trata de robar lo que no es suyo empleando cualquier medio, especialmente focalizando la indecencia en el presidente de la compañía, un viejo desleal, vicioso, pérfido y miserable a quien no le importa un comino la vida humana, pues su existencia gira alrededor del líquido negro que corre por sus mugrientas venas.
Así seremos testigos de las diferentes caras que ofrecen la verdad y la mentira. Lo sencillo y lo complejo. La dignidad y lo despreciable. Del choque de la tradición con el mal llamado progreso. En definitiva, un perfecto dibujo de los hechos que causaron la caída del hombre primitivo para ser sustituido por el hombre destructor de su especie. De las causas por las que esa Revolución mexicana que en sus orígenes luchaba por los derechos de los oprimidos, desembocó en esa Revolución congelada en favor del dólar como narró Raymundo Gleyzer.
Escrito por Rubén Redondo