En 1976 el equipo formado por el dramaturgo Neil Simon (una de las luminarias de la comedia estadounidense made in Broadway fallecido en recientes fechas) y el director de teatro Robert Moore consiguieron uno de los mayores éxitos de la maltrecha comedia estadounidense de la década de los 70, pues Un cadáver a los postres no solo logró reunir a un elenco de actores magnífico, que a algunos de ellos supuso un reverdecer de los viejos tiempos, sino que igualmente plasmó en la pantalla de cine la magia de esa obra de Broadway escrita por el maestro Simon con un sabor tan especial como amargo. Ya que la película revestía cierta negrura en el sentido de parodiar ese cine detectivesco que bebía de los escritos de Agatha Christie que en cierto modo había fagocitado a esa literatura y puesta en escena más trabajada del cine de suspense de los 50 y 60 a lo Alfred Hitchcock, riéndose de los clichés, estereotipos, disparates y absurdo que desprendían esas historias donde nada es lo que parece y en las que el mayordomo siempre era el principal sospechoso, pero también mostrando ese lado oscuro y vil que esconde la condición humana en lo más profundo de su océano.
Dos años después de este pelotazo comercial y artístico, el mismo equipo formado por Neil Simon y Robert Moore (incluyendo a un Peter Falk que también había participado en el éxito comentado) se volvieron a reunir para adaptar otra obra de Broadway escrita por el primero: Un detective barato. La intención no distaba, en un principio, de su predecesora: parodiar a ese personaje que supo crear el legendario Humphrey Bogart en sus películas más aclamadas de los años 40, con especial mención a Casablanca, El halcón maltés y El Sueño Eterno. Sin embargo los resultados distaron en demasía de Un cadáver a los postres, quizás porque tanto el personaje objeto de parodia como las películas de referencia no contenían ese halo chabacano y grotesco que sí se adivinaban en las películas de misterio sujeto de mofa de la cinta en la que hacía una aparición estelar Truman Capote. Y esto es un punto muy importante, porque si no hay ninguna muestra parodiable en aquello de lo que se pretende cachondear lo que suele ocurrir es que la mofa se acaba convirtiendo en esperpento y agravio.
Este es uno de los aspectos que arrastran al precipicio a Un detective barato. Una pena porque el trabajo de ambientación, la escenografía puramente teatral que hipnotiza con su influjo irreal la psique del espectador y sobre todo un Peter Falk sublime que se deja el alma en interpretar a esa especie de Bogart esquizoide que deambula de escena en escena entre parajes fácilmente reconocibles de secuencias memorables de Casablanca, El halcón maltés y El sueño eterno (incluyendo a unos secundarios que se mimetizan en esos Peter Lorre, Sydney Greenstreet, Charles Waldron, Paul Henreid, Conrad Veidt y,como no, con esas protagonistas femeninas que acecharán a Falk a lo largo del desarrollo de la trama que recogen los tics más identificables de los personajes interpretados por Ingrid Bergman, Mary Astor, Gladys George, Lauren Bacall, Dorothy Malone o Martha Vickers) se antojaban mimbres más que suficientes para asegurar una nota de calidad tanto en cuanto a embalaje como en cuanto a sátira.
Pero desgraciadamente Un detective barato encalla en cada puerto al que arriba por varios motivos. En primer lugar su falta de concreción y por tanto la ausencia de una línea clara a la que aferrarse, puesto que el absurdo y el surrealismo más chabacano y sencillo acabarán empapando la epidermis de una cinta que peca de excesiva ambición y confianza en su sólido elenco. Nada más lejos de la realidad, pues la mofa acaba resultando casposa y desagradable, sus bromas pasadas de rosca y carentes de gracia y sus situaciones tan obvias que aniquilan cualquier conato de sorpresa que pudiera emerger en el ambiente. En segundo lugar la cinta cae en un laberinto excesivamente rígido en el que no se cabe hueco para ese aire que refresca esas habitaciones cargadas de fuertes olores, lo cual desemboca en un halo de aburrimiento general donde las risas brillan por su ausencia, sin duda algo totalmente alejado de las pretensiones de sus creadores. Y es que ciertas escenas parecen ambicionar desatar ese humor fino e inteligente solo apto para ciertos paladares, hecho que sin duda promueve que los chistes estén tan ocultos entre la verborrea de los protagonistas que prefieren permanecer encerrados en el guion en lugar de provocar al público expectante. Asimismo la película naufraga en ese evidente déficit de frescura, puesto que se nota un fuerte olor a naftalina en sus esquejes, fruto de ser una manufactura atrapada en su época, demasiado arcaica en sus planteamientos y formas, una cinta que nació vieja y por tanto no ha podido salvar la obsolescencia ligada al paso de los años, tan trasnochada como fácilmente olvidable dada la inexistencia de secuencias memorables e incluso llamativas, pues da la sensación de que todo este batiburrillo ya lo hemos visto y mejor ejecutado en filmes de su mismo calado pero mucho mejor hilvanados por sus respectivos autores, tanto en cintas anteriores (la ya mencionada Un cadáver a los postres, Los caballeros de la mesa cuadrada, El baile de los vampiros o El jovencito Frankenstein por poner otros ejemplos) como posteriores (La vida de Brian, Aterriza como puedas, Top Secret! e incluso Agárralo como puedas). Finalmente se comete el peor error que se puede consumar en todo tipo de comedia: aparentar en lugar de divertir, es decir, aspirar al aplauso de la crítica desechando el cariño de un público al que si solo se le pretende conquistar a través del carisma de los actores protagonistas terminará bostezando ante la falta de conexión y lejanía que traza una historia en la que no existe ninguna muesca donde engancharse.
En este sentido, Un detective barato se mantiene como una cinta oculta y fallida que es poco probable pueda recuperar el crédito perdido entre ese nuevo público cinéfilo ansioso por recuperar viejas joyas cinematográficas. No obstante, cabe reseñar el espléndido trabajo realizado por un Peter Falk que en esos años era la principal estrella televisiva gracias a otro personaje con gabardina y envidiable olfato para resolver todo tipo de casos indescifrables: el Teniente Colombo. Falk está magnífico como siempre, dejándose las entrañas en cada escena, sintiéndose muy a gusto con un perfil que le encajaba como anillo al dedo. Podemos decir como punto positivo del film pues que esta es una de esas cintas en las que podemos observar a Peter Falk en estado puro, sin cuerdas ni red que le proteja, saliendo airoso del entuerto. Y esto ya es todo un haber en un balance fílmico en el que la principal amenaza resulta ser la quiebra del recuerdo.
Todo modo de amor al cine.