La feliz estampa cotidiana que captura el padre de una familia vienesa a finales de los años cincuenta con su cámara doméstica de formato Super 8 en The Impossible Picture (Sandra Wollner) parece el desencadenante de los recuerdos de su hija. Johanna toma la cámara y el punto de vista de un relato del que desaparece su progenitor, pero en el que podría mantenerse viva en todo momento su presencia espectral en el fuera de campo. La adolescente registra en su película diversos momentos de su salto de la infancia a la juventud marcados por la presencia de familiares y mujeres que pasan por su casa. Si la memoria no es fiable, el cine como herramienta de conservación de los recuerdos resulta sorprendentemente repleto de incertidumbres y misterio, creándose en apariencia nuevas imágenes inconsistentes con las experiencias vividas o la misma realidad de quien las toma. Se produce así una especie de retroalimentación durante el metraje de la película entre su fuerte compromiso estético —un ejercicio de estilo que refuerza el carácter auténtico de todo lo que sucede en ella con su textura y la presencia consciente del dispositivo cinematográfico integrado— y la naturaleza de lo que retrata así en la misma Johanna. ¿Estamos ante una mera película costumbrista? ¿Son las imágenes reales lo que vemos o su interpretación de ellas o tan sólo un recuerdo de cómo fue lo que ocurrió en esos momentos de su vida?
El cine actúa como generador de recuerdos, no sólo sirve para documentarlos. La evocación de sus imágenes con el paso del tiempo puede transformar su contenido a través del filtro de nuestros deseos y miedos. La memoria de la chica protagonista entra en conflicto en ocasiones con lo que cualquiera podría considerar los hechos vividos y vistos a través de su objetivo, que transforma inadvertidamente su percepción. Su mirada pasa de fijarse en los más pequeños y sus vivencias a buscar con la cámara la verdad detrás de las caras, los cuerpos y las acciones —sus silencios, esperas y conversaciones indescifrables o intrascendentes— de las mujeres y los espacios a su alrededor. Desentrañar lo que ocurre en su entorno es cuestión de estar presente en el momento y lugar adecuados, de la transformación del punto de vista de quien está detrás de la cámara sin perder la subjetividad de quien la dirige. Con el tiempo los intereses de Johanna cambian y permite descubrir distintos aspectos inexplorados de sus parientes y las visitas que transitan por su hogar como un enigma digno de desentrañar mientras se descubre a si misma. La memoria y las imágenes no dejan de interactuar con el espectador externo y entre ellas, entrando en contradicción para llevar la narración a momentos de delirio, de fuga onírica a través de elementos simbólicos o de la psicología de la propia Johanna que entremezclan posibles pasados, presentes y futuros. Cierta circularidad sugerida da a una extraña fotografía una dimensión totémica dentro de la obra. Y en el punto clave de todo se sitúa en un trávelin circular que parece liberar a la protagonista del pasado y sus reminiscencias, su dolor y sus ausencias. Dejando claro en un corto instante que las presunciones sobre la ambigua naturaleza de la perspectiva de la protagonista pueden ser todas ciertas o ninguna verdadera. O paradójicamente las dos cosas a la vez.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.