Un sueño recurrente y la asunción de la muerte. En apenas dos escenas, el debutante Shubhashish Bhutiani —que pasaba con su ópera prima por Venecia hace ya un par de años, terreno donde había logrado el premio Orizzonti al Mejor cortometraje en 2013 por Kush— dirige su mirada al tema articular de esta Hotel Salvación, y es que más allá del viaje emprendido por Rajiv junto a su padre Daya con destino a Benarés, ciudad situada a orillas del río Ganges donde se encuentra el hotel —al que da título el film— donde se hospedarán, el arco trazado en torno a la familia —sugerido en el sueño y escenificado en el diálogo inicial, donde Daya expondrá su deseo de pasar sus últimos días cerca de la orilla del popular río— sirve para disponer el espacio idóneo a través del cual se irá dilucidando el núcleo de un relato que va más allá de esa concomitancia entre la vida y la muerte que parece establecer un escenario como el propuesto.
Escenario donde el vínculo que Bhutiani perfila entre Rajiv y Daya se verá sometido a un minucioso examen, exponiendo las capas de una relación atrapada en pequeños conflictos que se reflejan en una suerte de distancia generacional ya dispuesta anteriormente. En ese sentido, el rito, la tradición parecen tomados por elementos en los que se refleja ese alejamiento exponencial, invadiendo un espacio en el que precisamente se empieza a dibujar la diferencia entre padre e hijo. El modo en como Hotel Salvación expone las contrariedades de un nexo en el que Rajiv parece condicionado por la decisión de su progenitor y, por ende, se siente anulado en un contexto donde lo único que parece devolverle a su realidad es la incesante vibración de su móvil. Daya, no obstante, encontrará acomodo en un marco donde Vimla, una inquilina del hotel que lleva allí lustros, se persona como contrapunto perfecto para la gestación de un proceso (el de partir) al que él parece estar dispuesto, canalizando incluso la relación entre ambos en determinados momentos.
Lo que Hotel Salvación sugiere en su puesta en escena y refuerza con ciertos apuntes sobre aquello que parece ocultar el vínculo entre padre e hijo, pero se va manifestando en la superficie, encuentra en el modo de desarrollar algunos conflictos —como el de la hija de Rajiv, primero insinuado, más tarde explicitado— cierto problema tonal por más que al fin y al cabo sean recovecos necesarios para continuar desgranando el discurso central. Pero el cineasta indio encuentra el equilibrio necesario entre drama —sin que se muestre como puramente familiar, y sea capaz de abordar otras facetas no menos interesantes— y ligeros tintes cómicos que brotan de tanto en tanto y disponen una vía en la que desahogar ese choque siempre presente. Una virtud que maneja con pulso el debutante y que habla a las claras acerca de las intenciones de un título como el que nos ocupa.
Si bien imperfecta, Hotel Salvación encuentra en su modestia y una transparencia absoluta el espacio ideal en el cual moverse, entendiendo que si bien hay algo más allá de la muerte, también converge cierta celebración al dejar expirar un pedazo de vida, encontrando redención en los detalles más baladíes —como la constancia o la espera sostenida— y emergiendo en un último plano donde esa mezcla entre tristeza y júbilo escenifica a la perfección que es posible hallar un punto medio apropiado, aquel que Shubhashish Bhutiani nos descubre a las puertas del Ganges en su Hotel Salvación, y al que aceptamos encantados entrar, ni aunque sea por comprender otras perspectivas en un ejercicio tan menudo como a su vez estimable.
Larga vida a la nueva carne.