The Whole of the Moon es esa canción ochentera que sirvió de gran éxito para The Waterboys. Algo que muchos mantenemos en mente se convierte en la excusa para crear una película completa a su alrededor. Porque este es el hilo conductor de Waterboys, la música. Y no sirve cualquier música, solo aquello que compuso Mike Scott tiene razón de ser. Robert Jan Westdijk se reafirma en esta debilidad temporal para hablar de los fallos temporales que nos llevan a los errores que se repiten vez tras otra sin importar la generación que cumpla este hecho.
Bordeando la comedia basada en la torpeza social nos encontramos con Victor, exitoso escritor holandés de novelas río con sus detectives y sus casos imposibles, que no sabe resolver su vida sentimental. También conocemos a Zack, hijo del Victor, cuyas incapacidades poco distan de las de su padre, aunque su juventud se enfrenta a su propia seriedad, algo de lo que carece su padre. Uno sufre de exceso de confianza, el otro de falta de experiencia y los dos juntos son incapaces de forjar algo de luz a sus vidas.
Un desengaño amoroso compartido en el tiempo y con clara culpa masculina une a esta extraña pareja en un viaje hacia el crecimiento personal y Edimburgo, un todo tan extraño como el dúo protagonista. A través de diversas canciones de The Waterboys vamos conociendo a estos dos hombres que se enfrentan con distinta potencia (pero mismos resultados) al abandono de las mujeres de su vida. Chascarrillos dialécticos y personajes llamativos se van cruzando con ambos llevando ese aire de torpeza emocional a su máximo esplendor. En realidad el director no parece interesado en la redención final, todos intuimos el problema antes incluso de que sea verbalizado, y aún así sabemos que arreglarlo no es lo que realmente mueve el film, es solo el modo de convivir con esa inmadurez tardía con cierto humor que aprovecha todos los clichés y ranciedades varoniles para provocar la sonrisa de todos.
Porque las frases de manual que es capaz de enlazar el padre es todo un diccionario de consejos inoportunos sobre cómo se supone que son las mujeres y que sirven de chascarrillo al ver a su joven discípulo intentando sacar algún partido a sus comentarios, mezclando todo ello con los barbarismos locales de su lugar de visita y las potentes mujeres que les rodean, que apenas tienen protagonismo, pero que dejan las huellas del camino que deben seguir para caernos bien.
Que te permitan corear eso de «too high, too far, too soon, you saw the whole of the moon» y ver disfrutar a Mike Scott al fondo de la imagen en uno concierto-redentor para unos e igualitario para otros es quizá el toque más humano que se permite pese a presentarnos de cerca a sus protagonistas en todo momento. Pero es que las escenas cortan con facilidad sin profundizar en ningún tema concreto y la banalidad se asienta con fuerza en el tono. En cierto modo me recuerda al documental La historia completa de mis fracasos sexuales, donde un muchacho se plantaba frente a sus ex-novias para que le dejaran claro algo que al terminar seguía sin saber ver. Puede que agenciarse la necesidad de decir que los hombres son como niños de por vida es un tanto cruel cuando la película no quiere ser ejemplo de nada, pero Waterboys sí tiene ese toque de entretenimiento blandito y cómodo que en estas fechas se llega a agradecer con alegría.