Por imposición cultural ser madre resulta —incluso en nuestras sociedades occidentales supuestamente avanzadas, libres e igualitarias (sic)— la mayor expresión posible de la realización de una mujer. La plenitud de lo femenino, la experiencia total del amor que un ser humano puede sentir por otro, la mayor satisfacción a través del cuidado, la educación y la crianza de su descendencia. La realidad es muy distinta al discurso del imperativo biológico de la maternidad que todavía se vende para justificar el sacrificio que se espera de la mitad de la población sin nada a cambio, por amor. En I Am Yours (2013), el debut como directora de Iram Haq, su protagonista Mina es una joven aspirante a actriz que está a cargo como madre soltera de un hijo, intentando sacar adelante su carrera profesional asistiendo a multitud de castings de los que nunca más sabe cuando terminan mientras no desiste en su empeño de buscar parejas sexuales o se abre a la posibilidad de mantener una relación amorosa duradera. Todo esto sin dejar de lado el trasfondo de su origen noruego pakistaní y la complicada dinámica con su familia y el padre de su hijo.
Desde el primer momento se muestra lo duro que resulta el sacrificio de la protagonista. El precio de este altruismo puro es dejar de lado sus necesidades como ser humano o aplazarlas indefinidamente. La vemos masturbándose en solitario observando a desconocidos a través de servicios anónimos de webcam, manteniendo una relación sin futuro basada en encuentros esporádicos con un hombre que tiene ya pareja estable. Sus únicas parcelas de libertad aparecen cuando su hijo pasa unos días con su padre. Pero entonces su vida se desestructura y pierde el control, entre el sentimiento de culpa y el anhelo de autonomía. Destellos de lo que podría ser su existencia como veinteañera con ambiciones profesionales, sueños por intentar cumplir y mucho que vivir por delante por explorar las veces que sean necesarias. El fracaso de su matrimonio y la aparente falta de objetivos según los criterios de sus padres a partir de la tradición de sus ancestros es otra exigencia imposible más a la que hacer frente. Las tensiones con su origen pakistaní como mujer adulta poco tienen que ver aquí con las que mostraría luego como foco de su narración en El viaje de Nisha (2017), pero dejan percibir cómo nunca desaparecen del todo los mandatos de unos estándares morales alejados de la realidad y que la expulsan de su comunidad y su propia familia si pretende escoger su propio camino.
Y de eso se trata, de la ambigua construcción de los requerimientos de su rol de madre enfrentados a su dimensión como persona independiente sometida a una situación de la que aparentemente no hay salida. Su hijo le da sentido a cada día, pero al mismo tiempo la desprovee de cualquier posibilidad de realizarse, de tener un proyecto vital propio o mantener relaciones amorosas que satisfagan sus necesidades de afecto, placer o cuidados. Su identidad queda anulada y definida por ser madre. La directora fija su vista en Mina desde el comienzo y no abandona su compromiso desde lo impenetrable de su psicología. Sus decisiones no se explican explícitamente, pero tampoco se juzgan en la aproximación de la narración. Juega así con una imposible dualidad sobre su personaje central y las implicaciones trágicas de alienamiento al fracasar en incorporar ese aspecto de responsabilidad total en sus planes con otras personas. Muy valiente resulta Iram Haq en su radical compromiso con la honestidad de su discurso, que no deja de lado las contradicciones de Mina pero tampoco su naturaleza prefabricada por unos principios que supeditan el bienestar de las mujeres a su servicio a los demás.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.