A mediados de los años noventa el cine de acción languidecía poco a poco tras más de una década de enorme éxito tanto comercial como artístico. Las grandes estrellas trataban de destaparse de ese encasillamiento inherente a la especialización en un género, saltando a la comedia de tintes paródicos para tratar de refrescar su currículo cinematográfico. Sin embargo, aún quedaba un grupo de resistentes que con muy buen tino siguió aportando su granito de arena en medio de esos estertores que identifican a un moribundo. Entre ellos el productor Joel Silver, una luminaria del cine de Hollywood que dejó su sello en algunas de las mejores odiseas del cine de acción de los ochenta y noventa como las legendarias Arma Letal o La jungla de cristal, por poner tan solo un par de ejemplos.
De este modo en 1995 y después de que su gran amigo Richard Donner (director de la saga protagonizada por Gibson y Glover) lograra un año antes un pelotazo como fue la adaptación de la serie televisiva Maverick a la gran pantalla, Silver se propuso realizar una superproducción como las de antes, repleta de adrenalina, acción desfasada, violencia, si fuera posible algo de sexo y sobre todo otorgando el protagonismo a una deslumbrante pareja de actores: el mítico Sylvester Stallone y un joven Antonio Banderas quien usurpó el papel de villano a otros nombres en ciernes por aquella época. A todo ello se unía un guion escrito por las por aquel entonces desconocidas hermanas Wachowski, quienes más adelante reflotaron el cine de acción con la saga Matrix.
El guion de las hermanas Wachowski contenía todo lo preciso para engatusar al espectador: violencia extrema, un buen surtido de escenas de acción, un ritmo trepidante y muy buenos guiños a grandes clásicos del cine negro, contando con referencias a cintas como Scorpio, Fríamente, sin motivos personales, Blast of Silence o Asesinato por contrato. De hecho, en el mismo 1995 Michael Mann tocó la temática del cine negro a partir de una historia de psicologías enfrentadas en lucha por encontrar su lugar en un mundo inhóspito, deshumanizado y hostil en la obra maestra Heat. Con todo, el estilo del texto no casaba para nada con el carácter y forma de concebir el cine de un veterano como Donner, autor al que le gustaba conceder ciertos aspectos psicológicos a sus personajes, profundizando especialmente en el pasado y en esos tormentos existenciales presentes en las almas solitarias como un punto crítico ineludible para abordar la trama intimista que siempre mostraban sus relatos. Por ello Donner se negó en un principio a liderar Asesinos, si bien un suculento cheque ofrecido por su amigo Silver y la relectura del guion llevada a cabo por el siempre eficaz Brian Helgeland, derivando el mismo hacia una aventura más apropiada a los fundamentos del veterano autor de Superman, fueron los requisitos que permitieron adjudicar el premio gordo a la principal opción de Silver.
Todos estos aspectos parece que supusieron un lastre artístico para Asesinos. En primer lugar, por el choque que ocurrió entre el director y la principal estrella, un Stallone al que siempre le gustaba llevar el control de las películas en las que participaba y que en este caso le tocó lidiar con un morlaco experimentado que no se dejaba llevar al huerto. Y en segundo, por lo mencionado en ciertas críticas que indicaban que Donner mantuvo una posición distante a lo largo de todo el rodaje y de otras que se ensañaban con el reparto llamando la atención acerca de la apatía generalizada que se observa en las composiciones de Stallone y de Julianne Moore (es cierto que a esta última se la observa algo fuera de lugar en relación con sus magníficas interpretaciones que engalanan su carrera), siendo especialmente encarnizados los epítetos que recibió un Antonio Banderas fuera de sí y absolutamente descontrolado, quien ejecutó una interpretación histriónica hasta decir basta con ciertos toques autoparódicos (un desparrame acentuado por un doblaje al español de Antonio que chirriaba por todos lados, y que creo fue el punto culminante para que el malagueño abandonara su propósito de doblarse a sí mismo, suceso común en las primeras películas que rodó en EEUU que se estrenaron en España). Una actuación que, no obstante, sentó cátedra, pues no olvidemos que dos años después Nicolas Cage volvería a crispar la pantalla con la recreación de ese psicópata que no conoce la palabra sosiego en la frenética Cara a cara de John Woo. A todo ello se unió el estrepitoso fracaso de taquilla en el que derivaría Asesinos, quizás porque el público de esos años ya no estaba por la labor de gastar su dinero en una cinta de acción modélica que premiaba los aspectos clásicos sobre los puramente pirotécnicos, construida por consiguiente sobre unos cimientos narrativos que preferían apuntar hacia el retrato del antihéroe hastiado atrapado por su pasado que a los de la ira sin freno que ambicionaban las Wachowski.
Sin duda si las Hermanas Wachowski hubieran dirigido Asesinos el resultado hubiera sido bien diferente. Pero, es por ello por lo que reivindico Asesinos como uno de los últimos intentos de salvar del declive al género de acción clásico que surgió a principios de los ochenta celebrado por un maestro del cine de acción que supo brindar algunos ingredientes marca de la casa que alejan a Asesinos de cualquier pieza sin gusto ni ninguna gracia. ¿Qué es lo que me fascina de esta película salvajemente vilipendiada por crítica y público? Pues muchas cosas. Por ejemplo, su condición de cinta clásica de acción, perforando la superficie de este tipo de películas para adentrarse en unos terrenos embarrados y deprimentes gracias a la interpretación lacónica de un Stallone que se muestra excesivamente cauto y silencioso como esos asesinos del polar francés que no rechistaban al apretar el gatillo. Aquí, Donner moldeó a su protagonista como un hombre melancólico marcado por un hecho del pasado que no ha podido superar y cansado de su trabajo, el cual desearía abandonar. A lo largo de todo el metraje se nota la nostalgia que empalaga a Robert Rath (Stallone), una sombra que se ha hartado de su vida errante y que siente asco hacia su persona tras haber cumplido el encargo de asesinar a su mejor amigo en una misión en Puerto Rico. Es el número 1 de su especialidad, la de acabar con la vida de todo tipo de elementos por obra y gracia de una voz enigmática que se esconde detrás de la pantalla de un ordenador que ordena y manda ejecutar a toda una serie de desconocidos. Pero de repente un extraño robará a Rath un trabajo delante de sus narices: un joven Miguel Bain (Antonio Banderas) que anhela arrebatar a su competidor el primer puesto del escalafón asesino. Un psicópata que no está muy bien de sus cabales que supondrá un obstáculo para Rath en su intento de abandonar la profesión, jugando ambos una partida en la que cazador y presa se confundirán.
La dirección de Donner es impecable apoyada en la siempre elegante fotografía de Vilmos Zsigmond, colmada de colores gélidos de tonalidad azul por el día, calando de oscuridad y sombras las escenas nocturnas. Asesinos fue rodada con mucha elegancia y pericia adoptando un lenguaje cinematográfico inmaculado gracias a una estructura muy pensada, que hace recaer en los primerísimos planos de los ojos de los protagonistas buena parte del significado del guion reescrito por Helgeland en su sentido más intimista, pero sin dejar de lado ese ritmo trepidante y esas espectaculares secuencias de acción que el autor de La profecía confeccionaba como un sastre. Son especialmente magníficas la secuencia del taxi en la que Rath y Bain se encontrarán por primera vez, o la del hotel en el que el personaje de Julianne Moore (la informática y ladrona de secretos industriales Electra) será salvada de una muerte segura a manos de Bain por un Rath con quien formará una sociedad algo despegada pero sugerente. O el cierre del film, una escena de casi veinte minutos de duración en la que se nota el conocimiento y cordura de Donner para envolver de intriga hitchcockiana las vertientes de sus piezas, con referencias al pasado y esos capítulos milimétricos aromatizados de un suspense tan bien forjado como espeluznante, incluyendo esa sorpresa final que rematará la epopeya trazada.
Líneas aparte merecen en mi opinión la interpretación de Banderas. Me encanta como el actor español emergerá de la nada para robar las mejores escenas a Stallone y Moore sin que estos lo perciban. Creo que Donner se dio cuenta que Banderas era el único con ganas de mostrar algo en Asesinos, pues era quien más tenía que ganar en lo referente a su carrera futura. Banderas está desatadísimo y pasado de rosca, esos memes y gif de sus gestos de alto contenido erótico y sensualidad cuando descubre que su jefe le ha ordenado matar a Rath son ya parte de la historia del cine de acción más desenfadado y descocado. Parece que Miguel Bain es un adicto al LSD y a la cocaína merced a esos aspavientos y ademanes del protagonista de La máscara del Zorro, que dejan entrever cierto amaneramiento en su personaje. Y este es otro de los puntos que más me fascinan del film. Creo que Donner adivinó ciertas intenciones homoeróticas en la relación que idearon las Wachowski entre Rath y Bain en su vertiente original no contaminada por la mirada de Helgeland. Hay cierto ocultismo en algunos tics y contraseñas transmitidas por la realización de Donner que parecen indicar la homosexualidad que identifica a los dos personajes masculinos de la trama. El hecho de que Stallone y Moore no se dejen llevar por la pasión en la típica escena de sexo con la que se suele regalar a los espectadores en este tipo de historias. Asimismo la obsesión subraya la conexión entre Rath y Bain, y también entre Rath y su antiguo amigo ruso eliminado por él mismo. [Spoiler] La forma en la que Rath terminará con la vida de Bain, por la espalda lanzando balas casi por el culo… [/spoiler] Sin confirmar nada de esto, Donner si conjetura sobre la apetencia homosexual que se divisa en la piel de Rath y Bain, pintando los proyectiles que adornan sus cuerpos como símbolos fálicos que ansían saborear, tanto como la muerte de sus víctimas para nada inocentes. Y su lucha fratricida no deja de ser como una batalla en la cama entre dos contrincantes que pelean por imponer aquella postura que les colma de placer buscando la sumisión de su pareja en ese beso mortal que deleita la fricción de las carnes acaloradas.
Pero no se dejen llevar por mi palabrería barata de reseñista cinematográfico. Asesinos es fundamentalmente un placer gozoso de puro cine de acción clásico que se disfruta en toda su inmensidad. Una cinta muy entretenida llevada con mucho mimo por un maestro como Donner que a pesar de su desidia sentó cátedra en cuanto a realización y puesta en escena. Una película que a pesar de su ritmo algo parsimonioso y reflexivo, igualmente aligera su equipaje en unas cuantas escenas de acción rodadas como los ángeles por Donner y su equipo, contando con todos los elementos precisos para cautivar con su encanto desmesurado a los aficionados a ese cine políticamente incorrecto y fanfarrón que tantos adeptos tenía en esos años. Algo más de dos horas que se pasan en un abrir y cerrar de ojos merced a su cadencia entretenida y a su reputada jerarquía que otorga sin duda notables resultados. Y que más se puede pedir si cuenta además con un Stallone en una segunda etapa de esplendor quien consumó una interpretación muy seria y concisa, sin alardes ni elocuencias, algo que en mi opinión le viene como anillo al dedo a su personaje. Todo lo comentado convierte a Asesinos en uno de esos ‹guilty pleasures› a los que de vez en cuando conviene acudir para refrescar la mente y empaparse de esa nostalgia de aquellos maravillosos años que jamás volverán a nuestro seno.
Todo modo de amor al cine.