La historia del Séptimo Arte ha colocado en un sitial especial a la conocida época de oro del cine mexicano por la identidad propia que adquirió y por su gran impacto artístico y comercial. Son muchas las obras de esta etapa que aún son recordadas, especialmente en Iberoamérica, pero otras han ido quedando en el olvido pese a ser de gran calidad, como es el caso de El rebozo de Soledad.
Esta película, rodada en 1952, tuvo entre sus méritos el reunir a grandes luminarias del cine azteca: Roberto Gavaldón en la dirección; Gabriel Figueroa en la fotografía y Arturo de Córdova, Pedro Armendáriz, Domingo Soler, Stella Inda y Carlos López Moctezuma, en las actuaciones protagónicas. Esta talentosa combinación generó un filme que relata con dureza las condiciones de extrema pobreza del campesinado mexicano y que puso en entredicho a la virtud de ayuda social que puede tener una persona.
A través del sentir de un médico idealista, el filme configura una representación de las convicciones que anhela cultivar un ser y de aquellas contradicciones internas que surgen sobre el significado del éxito y el fracaso. La disyuntiva entre alcanzar un progreso material individual y la satisfacción del fortalecimiento espiritual adquiere especial relevancia como uno de los grandes dilemas de la condición humana. La película busca revelar esa ambigüedad de la conciencia cuando un ser se enfrenta a situaciones extremas.
A El rebozo de Soledad se lo puede analizar desde algunos puntos de vista, antagónicos entre sí. Podría considerársele como la descripción de lo que es ser un perdedor en la vida cuando se privilegia aspectos idealistas a un progreso económico que justifique el tiempo y el esfuerzo invertido en una formación profesional. Pero también podría vérsele bajo la lupa de la integridad humana y de cómo lo trascedente radica en el servicio a los demás, especialmente a los marginados.
Gavaldón, desde los créditos iniciales del filme, muestra su interés por ahondar en el drama indígena y lo contrapone con un determinado comportamiento social en el espacio urbano. A través de una serie de ilustraciones advierte la dura realidad de un sector rural que ha sido víctima del olvido, la postración y la desesperanza. Luego, ubicará una toma desde la cima de un alto edificio en construcción en la gran ciudad, como símbolo del progreso, para que la cámara descienda a otra sima que representa la ruina moral y económica de un hombre.
La historia que nos cuenta la película se centra en un tramo de la vida del galeno Alberto Robles, quien, con la derrota a cuestas, deambula por las calles de la gran ciudad con la mirada baja y recriminándose por su fracaso. Tiene 40 años de edad y no ha alcanzado un horizonte de superación profesional. Con un traje sucio y gastado, al igual que sus zapatos, acude a un prestigioso bufete de doctores de una clínica para buscar una oportunidad de reencauzarse. En la antesala de esta cita con su destino, revisa una especie de diario que le ha enviado el padre Juan, el sacerdote del pueblo de Santa Cruz, lugar en donde Robles intentó ser el médico del poblado.
En este instante, Roberto Gavaldón estructura un impresionante y oportuno flashback con las vivencias de Robles en ese lugar. Será el momento de ver a un hombre dispuesto a servir a los más necesitados.
La fotografía de Gabriel Figueroa está acorde con su reconocido estilo y presenta en este filme una de sus grandes sinfonías visuales. La composición de los elementos de sus imágenes se fundamenta en describir fielmente las tradiciones indígenas mexicanas, como su icónica manera de despedir a los muertos, pero también retrata a la extrema pobreza, a la ignorancia y al sometimiento físico y psicológico de la mujer ante el hombre.
Con un uso espléndido del blanco y negro, el gran fotógrafo mexicano estructura un conjunto de tomas loables y de gran belleza artística. La variedad del primer plano de los rostros de los protagonistas es vital para crear una atmósfera dramática de alto nivel expresivo.
Gavaldón y Figueroa unen sus talentos para hacer una película de gran calidad artística y radical en el cuestionamiento a determinadas realidades sociales. A través de eficaces escenas, demuestran el inmenso valor que representa para los indígenas la tierra que habitan, a la que la trabaja, la cultiva y la ama, constituyéndose en su razón de vida.
El filme configura además un significado del fracaso, encarnado en el protagonismo de ese gran actor que fue Arturo de Córdova. Los sueños de un médico y de un hombre van despedazándose por el entorno, la fuerza de carácter no sirve de nada porque la miseria y la muerte tiene efectos devastadores.
En una escena de extrema poesía artística, se verá en toda su crudeza cómo la pobreza arrebata una vida en un templo abandonado. El sacerdote y el médico, o lo que es lo mismo decir la religión y la ciencia, no podrán hacer nada. Solo un rebozo dará cobijo y descanso a quien intentó ser una mujer digna y luchadora. Será el momento en que el doctor Arturo Robles abandone el lugar y sus ideales, lo guiará una opaca luz, que apenas logra penetrar en el inmenso espacio cerrado. Un eco tormentoso de su propia voz se escuchará, no es más que la recriminación por haber elegido un aparente destino trágico, el arrepentimiento tendrá la osadía incluso de ir en contra de postulados del juramento hipocrático. «He sido un fracaso, siempre quise conservar mi moral de médico y los resultados fueron tristes, lamentables, inútiles. Y ahora que todo ha terminado, no dejaré de hacerme algunas preguntas por el resto de mi vida…», será la sentencia que el mismo médico de los pobres se autoimponga como si fueran puñaladas a su alma.
El rebozo de Soledad emerge también como un espléndido western de visión fatalista. Aborda el enfrentamiento por tierras entre dos singulares campesinos. López Moctezuma diseña un villano creíble, ambicioso y calculador, que sabe cómo alcanzar sus objetivos. Irónico en su vida y en su potencial muerte. Su presencia física es emblemática. Su rival principal es un personaje de moral ambigua, representado por el gran Pedro Armendáriz. El odio y la venganza serán las constantes de su enfrentamiento.
El rebozo de Soledad es otra de las grandes joyas del cine de oro mexicano. Su brillo propio nace de la artística y loable manera de abordar a las confrontaciones y a las contradicciones humanas.
La pasión está también en el cine.