Desde que tengo uso de razón, vivo en una casa en constante construcción y transformación, que se cae a pedazos y en la cual, tras un arreglo, siempre viene una perdida. Así el habitáculo nunca es el mismo en un espacio estable. Me identifico con el personaje, para mi, más interesante de Benzinho, la casa. Un edificio también en construcción que se cae a pedazos, como se crean y se destruyen los numerosos y pequeños conflictos internos de la familia de Irene: cuatro hijos (Fernando, que obtiene una beca para jugar a balonmano en Alemania y está a punto de marchar, y sus otros tres hermanos), su marido Klaus y una hermana que también vive en la casa debido a las acusaciones de su marido. La actriz, Karine Teles, construye el personaje de Irene con riqueza, lleno de contrastes y matices, que no deja de caerse y volverse a levantar. Este interesante paralelismo con el espacio donde habitan es probablemente el elemento mas remarcable de Benzinho y, de nuevo, como ya sucedió en Mother de Darren Aronofsky el año pasado, la casa y sus simbologías, movimientos, su propia vida y la relación con quien la habita, salvan el conjunto de una obra audiovisual vacía de visiones personales y prometedoras.
Si la película se volcase a retratar tan solo experiencias y dejara de preocupase en crear constantemente nuevos puntos de conflicto, que finalmente se cierran a pesar de su irrealidad, dejaría de ser tan tediosa. Intenta ser delicada con sus personajes, sus caminos y sus intenciones morales, pero todo se vuelve irreal. Si tan solo dejase respirar a sus actores y no entregarlos al ritmo fatídico de los conflictos…
Intenta construir una narrativa realista, pero no para llegar a ella debe ser todo real. La sucesión de conflictos no es nunca tan apresurada en nuestra vida, todo transcurre lentamente la mayor parte y rápidamente en fases de poca duración. Es cine y al ser así, respeto la decisión del director de comprimir todos estos puntos de giro en tan solo hora y veinte. Pero a diferencia de, por ejemplo, las películas de Valeria Bruni Tedeschi, donde todo es barroco y cargado, sus personajes no tienen tiempo de vivir o coger aire. Es todo tan perfecto que no deja espacio al azar y al error y se convierte en un filme aparentemente lindo y sensible, pero falso. Y esta es la misma falla que he podido observar en la mayoría de nuevo cine contemporáneo. La gran especificación técnica de la gente que trabaja, la precisión de las cámaras y sus apliques, convierten los filmes en imágenes bellas, repletas de personajes bien construidos y a primera vista originales, hasta que al cabo de unos minutos todo resulta poco fresco y la visión artística y diferente se transforma en la mirada de un colectivo que estudió en un mismo sitio, con unas mismas normas y un mismo saber hacer.
A Benzinho le iría muy bien que de vez en cuando se cayera a pedazos como la casa donde viven. Y que se filmase a sus habitantes construyendo pieza a pieza, poco a poco, la puerta rota, la ventana destruida. Así los visitantes, los espectadores, tendríamos tiempo de apreciar cada uno de sus movimientos. Si bien el filme no retrata muchas historias o tramas y subtramas, se detiene en explicar estos abundantes pequeños conflictos, con alma, pero sin voz propia.